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Tras el mostrador estaba la mujer de Tocino con su hijo, un adolescente amarillucho, de movimientos felinos. Eran vascongados, pero Aresti encontraba en sus ojos duros, en la melosidad con que robaban á los parroquianos despreciándolos, y en su aspecto miserable, algo que le hacía recordar á los judíos. La gente del contorno les odiaba.

No dejaba por eso de hablar con Suárez; pero cualquiera podía notar que no era con la misma animación, que una leve sombra de gravedad y preocupación se había esparcido por su rostro. El cauce del río nos conducía hacia la loma que cierra el contorno de Sevilla, por la parte del Sudoeste.

Aquí no parece haber nada observó Reginaldo, cuya cara estaba toda lastimada por las malezas espinosas y chorreaba sangre. Miré en contorno y tuve, con disgusto, que ratificar sus palabras. Los árboles eran grandes y sombríos donde estábamos parados, inclinándose algunos de ellos sobre la profunda quebrada por donde el río serpenteaba.

Estaba ella en el quicio de una puerta, temerosa de dejarse ver a la luz del sol y mostrando al mismo tiempo su casi desnudez, cubierta con un simple kimono rosa que transparentaba el contorno de su cuerpo. Los brazos y parte del pecho delataban la frescura de un baño reciente.

Los Padres de la Compañía más famosos, presidían las asociaciones obreras organizadas por ellos para contener la impiedad creciente del pueblo. Desfilaban en grupos, con mirada de reto, abombando el pecho para que se viera bien el distintivo de la Virgen, con una mano oculta en los bolsillos, marcándose en la tela el rígido contorno de las armas de fuego.

Iba, entre tanto, difundiéndose por toda su faz, lívida y acartonada, una expresión de intensa alegría; pero con tal rapidez, que no parecía sino que le daban impulso los mismos vendavales que zumbaban entre los peñascos y jarales del contorno.

Siguiendo el contorno del edificio llegó á una plaza sobre la que avanzaba un palacete anexo á la Universidad. Era una construcción de tres pisos, cuya altura no pasaba de la mitad de sus muslos, y en cuya techumbre, libre de emblemas y de barandas, podía sentarse cómodamente. Así lo hizo Gillespie con suspiros de satisfacción.

En efecto, uno de ellos estaba roto, otro estropeado por el agua irreparablemente, y sobre el último una mancha de sangre extendía su fatídico contorno. No parece gran cosa, en verdad balbuceó Federico tristemente. Pero es lo mejor que hemos podido hacer. Recíbelos, viejo, y pónselos en sus zapatos, y dile... dile... dile, sabes... me rueda la cabeza. El viejo tomolo en sus brazos.

Impresionado cruza las manos y pregunta: ¿Quién ha hecho esto? Ella pasea su mirada por el contorno y guarda silencio. ¿Usted? pregunta el militar sorprendido. He contribuido un poco responde la joven modestamente. ¿Pero es usted la que ha tomado la iniciativa? Ella sonríe. Esta sonrisa le da más años, esparce sobre su rostro de niña la gracia de la mujer.

Levantose y miró un momento hacia afuera. Una mujer, cubierta de un velo verdoso, bajaba de prisa por la cuesta; y la canción caía y se alejaba con ella graciosamente. Otra mañana, recogiendo leña por el contorno, descubrió al pie de un árbol una espada cubierta de herrumbre. Llevola a su escondrijo y frotola fuertemente con la arena humedecida.