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Viéndole, pues, caído en el suelo, y que ya los pastores se habían ido, bajó de la cuesta y llegóse a él, y hallóle de muy mal arte, aunque no había perdido el sentido, y díjole: ¿No le decía yo, señor don Quijote, que se volviese, que los que iba a acometer no eran ejércitos, sino manadas de carneros? -Como eso puede desparecer y contrahacer aquel ladrón del sabio mi enemigo.

Nos saludan haciendo descargas al aire con sus revólvers, y luego trepan la cuesta silenciosos, pensando sin duda en los ocho días de mula que les faltan para llegar a su destino. El aspecto de la naturaleza cambia visiblemente, revelando que nos acercamos a la región de las montañas.

Al día siguiente, Ramiro descendió, como de costumbre, por la cuesta de Santa María de Gracia y dirigiose a los sitios más frecuentados del arrabal de Santiago, dispuesto a escoger su aventura. Bajo aquel mediodía radiante de junio, la plaza del Rollo presentaba el aspecto de un mercado berberisco.

Salimos hasta el principio de la cuesta, y allí, en una sabanita, nos detuvimos. Abrió papá el breviario y se puso a rezar maitines. Yo me fui a lo largo de una milpa.

Aquella vida por partida doble y los manejos en que un hombre de mundo sabe envolver sus placeres, hicieron pronto brecha en su capital. Nada cuesta más caro en París que la sombra y la discreción. El duque era demasiado gran señor para detenerse en su camino. Nunca supo negar nada a su esposa ni a la de los otros.

En la cuesta de Lausana, más allá de la Cruz, lo pasó un carruaje. Y entonces se detuvo, temblando. En ese camino, en ese sitio, a esa misma hora, la había visto por la primera vez: un año antes, un día que erraba por esos lugares, había pasado ella en carruaje, quién sabe si en ese mismo que acababa de dejarlo atrás. Y su imagen resurgió vivísima, con una luz que lo deslumbró.

Figuraos, al remate de empinada cuesta, dos amplias y hermosas escalinatas, por las que se sube á un extenso atrio ó compás, guarnecido de grandes columnas sin capitel, que nada sostienen y que parecen otros tantos heraldos encargados de anunciar la grandeza del edificio que custodian. En el fondo de aquel atrio está el célebre colegio. Bella sobre toda ponderación es su lujosa fachada.

Una jaqueca le cuesta a Rosita prosiguió don Modesto. Su excelencia suplica al señor comandante que se sirva pasar a su habitación dijo entonces un criado.

«Pecado, ¿qué tal te vagritó con bufonesco estilo la Sanguijuelera. Y añadió, volviéndose a su sobrina: «Es un holgazán. Así criará callos en las manos, y sabrá lo que es trabajar y lo que cuesta el pedazo de pan que se lleva a la boca... ¿Qué crees ? Es buen oficio... No podía hacer carrera de este gandul. Todo el día jugando en el arroyo y en la praderilla.

Nunca es demasiado tarde, porque si una obra cuesta largo tiempo hacerla, un buen ejemplo se da muy pronto. Tengo la afición y la ciencia de la tierra, escaso amor propio que le ruego me perdone. Fertilizaré mis campos mejor que supe hacerlo con mi espíritu, con menos costo, menos angustias, y más utilidad para el mayor provecho de todos los que me rodean.