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Allí ya se veía más claro, no solamente por la doble luz del farol y de la vela, la cual ardía en candelero de azófar muy bruñido, sobre una cómoda con columnitas de basas y capiteles de bronce dorado, sino porque la sala tenía cielo raso y no de viguetas al descubierto como el salón contiguo, y estaba, lo mismo que los muros, muy bien blanqueado.

No: más vale que devore en silencio mis penas y les hable de otros asuntos, que así alcanzaré la doble ventaja de proporcionarles útil entretenimiento, y de calmar mis pesares, adormeciéndoles con el beleño de patriótico entusiasmo. En Córdoba reinaba gran impaciencia por la tardanza del ejército de Castaños.

La parte de la Sierra está naturalmente contornada con una doble línea de aguas corrientes y cordilleras, que forman una especie de pentágono sobre la márgen derecha del Guadalquivir.

Así pensaba el zapatero. Pero como compadecía y amaba, porque lo habían menester, a sus contertulios, asistía diariamente a ejercitarles en los procedimientos del discurso de doble fondo.

No puedo decirle a usted hasta qué punto resultaba extraordinario aquel espectáculo de la inmensidad dos veces repetida, de extensión doble por lo tanto, tan alta como profunda vista desde la plataforma del faro, ni es tampoco descriptible la emoción que a todos nos embargaba.

Don Francisco vendrá á buscaros... Pues no encuentro medio... ; dejar esta conversación. Dejémosla. Hablemos de otra cosa. Pero ninguno de los dos habló. Bebieron en silencio sus copas. Pasaron algún tiempo callando. Dorotea miró involuntariamente á Montiño. En aquel momento Montiño miró á la comedianta. Esta doble mirada fué más elocuente, más intensa que la anterior.

Sin oír ni aguardar contestación alguna, Abdul ben Hixen desenvainó con rapidez el acicalado yatagán de doble filo que de rico talabarte le pendía, fijó en el suelo la costosa empuñadura, cuajada de diamantes y esmeraldas, y poniéndose en el pecho la agudísima punta, se arrojó encima con tal ímpetu que se traspasó y destrozó las entrañas con la ancha hoja, quedando muerto en el acto.

Es muy interesante observar esa doble gama, y á menudo el seguirla, yendo del tono más débil al más fuerte. La del Océano, que parte de las aguas fuertes y fortificantes, venteadas, agitadas, de la Mancha, se dulcifica en extremo al Mediodía de la Bretaña, humanizándose todavía más en Gironde, y es muy apacible en la cerrada concha de Arcachón.

Cuando estaban juntos y se quedaban algunos instantes silenciosos con la mirada extática, bien podría apostarse doble contra sencillo a que ambos pensaban en aquello. Un día, después de larga pausa, dijo Mario repentinamente: ¿Por qué no se lo dices a tu mamá? No me atrevo. Díselo respondió la joven anudando naturalmente la tácita conversación que sus pensamientos mantenían hacía tiempo.

Esto era claro como la luz. Pero a ratos, meditando, pensando en su delito, en su doble delito, en la muerte de Quintanar sobre todo, al remordimiento, que era una cosa sólida en la conciencia, un mal palpable, una desesperación definida, evidente, se mezclaba, como una niebla que pasa delante de un cuerpo, un vago terror más temible que el infierno, el terror de la locura, la aprensión de perder el juicio; Ana dejaba de ver tan claro su crimen; no sabía quién, discutía dentro de ella, inventaba sofismas sin contestación, que no aliviaban el dolor del remordimiento, pero hacían dudar de todo, de que hubiera justicia, crímenes, piedad, Dios, lógica, alma.... Ana. «No, no hay nada, decía aquel tormento del cerebro; no hay más que un juego de dolores, un choque de contrasentidos que pueden hacer que padezcas infinitamente; no hay razón para que tenga límites esta tortura del espíritu, que duda de todo, de mismo también, pero no del dolor que es lo único que llega al que dentro de ti siente, que no se sabe cómo es ni lo que es, pero que padece, pues padeces».