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Una de estas expediciones salió del Rio Negro en el verano de 1794, á las órdenes del capitan de fragata D. Juan Gutierrez de la Concha, que, despues de haber acompañado al ilustre y desgraciado Malespina, se detuvo en Montevideo para hacer un mas prolijo reconocimiento de los puertos de la costa patagónica: la otra fué encomendada á D. José de la Peña, el piloto el mas experto en la hidrografia de aquel litoral.

¡Hija de mi alma, que retefeísima te han puesto! exclamó María la planchadora con acento de duelo, pero sin poder reprimir la risa. No digas eso, mujer repuso Concha con dejillo amargo. ¡Si está preciosa! Era una mujer de veinticinco años o más, extremadamente pequeña, casi tan pequeña como Josefina, de ojos hundidos y ariscos, a quien todos los criados de la casa temían.

Eran iguales á los palacios de Oriente: obscuras y tristes en los muros exteriores; deslumbrantes en su interior, como un lago de nácar. Algunos recibían nombres terrestres, por la forma especial de su concha: la liebre, el casco, el cuerno de Tritón, el tonel, la sombrilla mediterránea.

El inglés, grave y tieso, vino a sentarse sobre las rodillas de Concha la Carbonera, que le recibió a pellizcos, desternillándose de risa. Mi dar a ti un beso antropófago, ¿no quieres? ¿Un beso como en tu tierra? Más allá. Bueno, venga respondió la pobre, sin imaginar lo que pedía. El inglés se inclinó y le dio un mordisco feroz en el carrillo. La chica lanzó un grito penetrante.

Decididamente, no tenía la cabeza bien. ¡Mire usted que pensar un hombre de su carácter y sus años que estaría mejor servido con una chica así que con su vieja Vicenta...! Vaya; el Chartreuse, con su calor de falsa juventud, hace pensar locuras.... «¡A tomarte el café, viejo verde...!» Y se bebió la taza de un trago. Sonaba la campanilla de la puerta. Será Roberto dijo Concha.

Antes, tanto mimo que corrompía, y ahora, de súpito, tratan a este angelito peor que a una bestia. ¡Dígote que la cosa pasa de la raya! ¡No hay corazón para ver tanta maldad! Cállate, tontona, entrometida saltó Concha. ¿Quién te da vela a ti en este entierro?

Se necesitaría tener el estómago chapado en cobre para resistir este desorden. Yo le di unas pastillitas que no le han venido mal... Pero lo principal es que tenga método. D. Laureano hablaba de Concha afectando desembarazo, como si no hubiera pasado nada, como si fuese todavía el amigo íntimo de la familia. El señor Ángel asentía sonriente y turbado.

¡Pobre Concha! ¡Qué ajena estaba de que aquel caballero tan fino, tan suave, tan delicado, hacía escarnio de su inocencia en la mesa del café! Poco a poco se había ido interesando. Aquel señor tan pulcro despedía un vaho de elegancia que despertaba el instinto del arte y la belleza que en toda naturaleza femenina reside.

Para mejor «quitarla el miedoentre Concha y ella inventaron una siniestra farsa capaz de aterrar a un hombre valeroso, cuanto más a una niña de seis años. Vistiéronse ambas con sábanas, dejaron la habitación a media luz mientras la niña dormía, pusiéronse unas caretas de calavera, y a media noche entraron dando gritos lastimeros como almas del otro mundo.

Madrid, que lo ignora todo respecto a provincias, no come vieiras, y es una lástima. Asadas en su concha, con un diente de ajo y un poco de pimentón, las vieiras son bastante más sabrosas que esos cangrejos de celuloide con que los madrileños pretenden consolarse de su falta de mar.