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Y en estas simpáticas disposiciones hacia el violinista fue a la boda de su hermana. ¡Qué había de suceder! Un desastre. A la primer coyuntura aquellos dos pellizcos se los aplicó en el alma al causante de todo. Presentacioncita, ¿me haría usted el honor de bailar conmigo esta polka? Gracias, no bailo. Pocos instantes después llega otro joven y le hace la misma invitación.

No bien concluído este párrafo, que á nuestro autor le pareció de perlas, fué interrumpido por un tremendo golpe que sintió en el hombro. Alzó los ojos y vió ¡cielos! á un importuno amigo que tenía la mala costumbre de insinuarse dando grandes espaldarazos y pellizcos.

Profesábanse gran cariño las dos hermanas; pero esto no impedía que algunas veces Amparo esgrimiese su carácter burlón contra Concha y ésta sacase a luz su impetuosidad iracunda; conflictos que terminaban siempre yendo la pequeña en busca de la mamá, llorando, con la mejilla roja de un bofetón o un par de pellizcos en los brazos.

El inglés, grave y tieso, vino a sentarse sobre las rodillas de Concha la Carbonera, que le recibió a pellizcos, desternillándose de risa. Mi dar a ti un beso antropófago, ¿no quieres? ¿Un beso como en tu tierra? Más allá. Bueno, venga respondió la pobre, sin imaginar lo que pedía. El inglés se inclinó y le dio un mordisco feroz en el carrillo. La chica lanzó un grito penetrante.

Por lo dicho se explican las visitas de Antoñona a D. Luis, sus palabras, y hasta los feroces, poco respetuosos y mal colocados pellizcos, con que maceró sus carnes y atormentó su dignidad la última vez que estuvo a verle. Pepita, no sólo no había excitado a Antoñona a que fuese a D. Luis con embajadas, pero ni sabía siquiera que hubiese ido.

La cabeza y la mano habían desaparecido como un relámpago. El joven, recogiendo la flor con no poca sorpresa, preguntó: ¿Quién está ahí con vosotros? Los niños respondieron á coro: Es Carmen, es Carmen. ¡Uy! ¡uy! ¡uy! Los chicos lanzaron gritos de dolor. Al parecer, su hermana, poco satisfecha de la sinceridad del coro, les estaba repartiendo sendos pellizcos en las piernas.

Dicho esto, la endiablada mujer me aplicó de una manera indecorosa y plebeya, por bajo de las espaldas, seis o siete feroces pellizcos, como si quisiera sacarme a túrdigas el pellejo. Después se largó echando chispas. No me quejo: merezco esta broma brutal, dado que sea broma. Merezco que me atenacen los demonios con tenazas hechas ascuas.

Pero estas negligencias se repetían tan a menudo, servían tan poco ya las miradas, que le fue preciso al marido recurrir a los pellizcos y a los pisotones; y ya la señora, que a duras penas había podido hacerse superior hasta entonces a las persecuciones de su esposo, tenía la faz encendida y los ojos llorosos. Señora, no se incomode usted por eso le dijo el que a su lado tenía.

Lo único positivo que suelen sacar de la fiesta son las señales de los pellizcos ya dichos, las incomodidades y á lo mejor una indigestion por un atracon de dulces ó bizcochos en casa de los buenos parientes. Pero tal es la costumbre y los niños filipinos entran en el mundo por estas pruebas que despues de todo resultan ser las menos tristes, las menos duras en la vida de aquellos individuos...

Afirmaba tener los brazos negros de los pellizcos que la infligía en cuanto se tocaba la cuestión del convento. Un día mostró a su confesor una oreja rota, de un tirón del feroz jorobado; otro, llegó con una mejilla inflamada y renegrida por haberle tirado un cepillo a la cara. El P. Gil estaba horrorizado y confundido. No sabía qué hacer ni aconsejar.