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Sin comprender claramente y todavía paralizado de terror, no se movió Manuel... Nuevamente impacientado el hidalgo gascón, le aplicó un leve puntapié en un sitio que por decoro nadie nombra, salvo los gascones, gritando: ¡Anda pronto a traer esas botellas, holgazán del infierno! Ni tres minutos pasaron antes de que Manuel volviera con las botellas y dos copas.

En cierta ocasión, estando las dos planchando las enaguas de una muñeca, la cruel muchacha le dijo con cierto tonillo de burla: Si tanto me quieres, ¿a que no eres capaz de ponerte por esta plancha en un brazo? María levantó con decisión la manga del vestido y aplicó la plancha encendida al brazo, ocasionándose una horrible quemadura.

Aplicó el oído a la puerta del edificio, creyendo oír sonar el oro o el crujido de las arcas que se abrían. ¡Ca! dijo riendo burlonamente, ¡si aquí no hay oro ni nada! Dió un golpe en la madera, que devolvió el eco como lejano trueno, y se fué en dirección al río, vacilante a causa del vino.

Cuando el señor Ministro aplicó a la política aquel calificativo tan feo, que no quiero repetir, Esteven lo aprobó, como todo lo que S. E. decía, con asentimiento de cabeza y repitiendo: Diga usted que , doctor, diga usted que .

El doctor abrió la camisa y aplicó un extremo de la trompeta, inclinándose para poner su oído en el otro. «No te muevas... Ahora, respira fuerte... da un suspiro, pero un suspiro grande, como los de los enamorados». Me parece que estás de guasa. Pepe, por Dios, mira que esto es serio, muy serio. Llevo más de diez noches sin pegar los ojos, y tu dichoso digital no me alivia nada.

Mandó en seguida el conde colocar la hierba debajo del zorro, y sacó del bolsillo una preciosa fosforera de oro. ¡Hola, señor conde, intenta usted hacer un auto de fe? Ya concluyeron esos tiempos ominosos... ya concluyeron esos tiempos ominosos. El zorro le va á llamar á usted oscurantista, y con razón, señor... y con razón. El conde se bajó sonriendo y aplicó un fósforo encendido á la hierba.

Así que, sin vacilar, sacó la baqueta del fusil y aproximándose y empinándose cuanto pudo le aplicó un par de palos en las piernas con toda su fuerza. D. Lesmes reprimió un grito y se dejó caer al suelo. El capitán le atizó con igual rabia otros tres estacazos en las espaldas sin proferir una voz.

Entró, subió, procurando no ser sentido. Llegó á la puerta y se detuvo. Su mano tornó maquinalmente el cordón de la campanilla. Si hubiera sentido el menor rumor de disputa; si hubiera sentido la voz agria del viejo, habría llamado con todas sus fuerzas. Pero nada sintió; aplicó el oído. Un silencio sepulcral reinaba en la casa.

Me aplico, pues, con amargura aquella pregunta del poeta: ¿Qué le queda al demonio, ¡vive Cristo!, Si se le quita la opinión de listo? »Y sin vacilar respondo: Nada. Pronto no quedará nada para en el corazón de ella, sino ofensiva compasión, si no gasta toda la que tiene en compadecerse a misma. Y más vale que no me compadezca.

Pero en trueque papeles a carga: no queda más remedio... nóminas... listas de préstamos... no resta más senda, Mercado amigo, que aplicarle a este prestamista la receta que mi capitán Francisco de Carvajal le aplicó al susodicho notario romano, el de los 200.000 escudos. O múltese Antúnez, o sus papeles sufrirán el auto de fe más riguroso que ha visto Toledo.