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La joven exclamó con energía al fin frunciendo la tersa frente: Ya quién se lo ha dicho a usted. Y su sangre, al proferir estas palabras, huyó del rostro nuevamente como una marea de reflujo instantáneo. La de su madrastra también se concentró en su lastimado corazón. Inclinó la blanca y fatigada cabeza, diciendo: Si lo sabes, no pronuncies su nombre.

Ambos tenían novia y cada cual quería a la suya, no con un sentimiento vulgar y pasajero, sino con pasión digna de ellos. Aquella era la ocasión de probarles. Había pagado su deuda haciéndoles buenos y felices: ninguno tenía derecho a proferir la menor queja: ella lo tenía a saber cuál era su verdadero hijo, forjándose la ilusión de creer que lo sería el que mostrase quererla más.

En estos cantos ya aparece hablando el centinela, que avisa á los amantes la llegada de la aurora; ya el caballero, que, después de proferir los más tiernos juramentos, se arranca á duras penas de los bellos brazos de su amada; ya la dama, que se opone á la despedida de su amante .

Dímelo, dímelo, María... De ti no ha nacido ese pensamiento... no has podido pensar que tu prometido, el marqués de Peñalta, el descendiente de tantos caballeros nobles, un militar pundonoroso y leal, pudiera escuchar con calma semejante proposición... no has podido imaginar que el hombre que te adora sea un cobarde traidor a quien sus compañeros escupirían con razón en la cara... Sólo así te puedo perdonar las horribles palabras que acabas de proferir... Oye, por Dios, María... En este momento tengo la cabeza encendida y el corazón helado... Escucho dentro de una voz que me anuncia una gran desgracia.

Al cabo de unos quince días, su hermana le enseñó una carta que había recibido de ella; se daba por enterada del desamor de su novio, sin proferir una queja; disculpaba su conducta manifestando que después de la separación había reflexionado que ella no podía convenir a un hombre como Miguel; hubiera deseado, sin embargo, que éste se lo hubiera dicho antes de tenerla impaciente y triste muchos días; terminaba diciendo que al fin había conseguido de su tía el permiso para hacerse monja de la caridad.

La lógica inflexible del tío Leandro pesaba como una losa sobre todos los cerebros, particularmente sobre el del zagalón que tanto se había aventurado en su discurso. Pero haciendo al cabo terribles esfuerzos para levantar el enorme peso que le agobiaba, logró al fin proferir, dando a su fisonomía una impresión de increíble astucia: Me paece a , tío Leandro... Yo he visto...

Había llegado pocos años hacía de Cuba, donde cargando primero cajas de azúcar y luego vendiéndolas se enriqueció. Vino hecho un beduino, sin noticia alguna de lo que pasaba en el mundo, sin saber saludar, ni proferir correctamente una docena de palabras, ni andar siquiera como los demás hombres. Los treinta años que permaneció detrás de un mostrador le habían entumecido las piernas.

Parece que varias personas le avisaron esta novedad i que él se turbó en gran manera i no acertó con su mucha turbacion á proferir la mas pequeña palabra. Pero este suceso es de todo punto falso.

El coronel quedó algunos momentos ensimismado con la cara metida entre las manos. ¿Qué hora es? preguntó al cabo. Las doce acaban de dar. ¡A ver, pronto, mi uniforme! exclamó con extraña energía incorporándose sin ayuda de nadie. ¡Rayo de Dios! ¡Enseguida, mi uniforme! volvió a proferir con más violencia, viendo que nadie se movía. La condesa fue al armario y lo trajo al fin.

Es verdad; pero ¿qué pensarías si yo tratase de hacer algo parecido? se arrojó a decir con precipitación, como quien se decide a proferir una cosa que le ha preocupado mucho. Genoveva se le quedó mirando con los ojos muy abiertos, sin comprender. ¿No entiendes? No, señorita.