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Vuelve la cara sonriente; si solo sobre sus espaldas recibe los bastonazos continúa impertérrito su comercio, contentándose con gritar: No jugalo, ¿eh? ¡no jugalopero si los recibe sobre el bilaw que contiene sus pastas, entonces, jura no volver, arroja por la boca todas las imprecaciones y maldiciones imaginables; los muchachos redoblan para hacerle rabiar más y cuando ven ya la fraseología agotada, y estan satisfechos de tanta jopia y pepita de sandía salada, entonces le pagan religiosamente y el chino se marcha contento, riendo, guiñando y recibe como caricias los ligeros bastonazos que los estudiantes le propinan á guisa de despedida.

Resolví, pues, decir por lo menos una palabra de despedida, y esperé con toda calma a que el viejo, que gemía y jadeaba todavía, estuviese lo bastante tranquilo para comprenderme. Entonces, dije: Debe usted encontrar natural, señor de Krakow... que con su salida contra mi amigo y contra su hijo, a quien quiero como si fuera mío, nuestras relaciones...

Yo la saludé respondiendo exactamente al tono cordial pero frío de su despedida. Pobre y querida mujer pensaba mientras de ella me iba alejando. ¡Querida conciencia en que tantos temores he hecho nacer!

¡Caramba, con tu despedida! La señora me detuvo; pero estamos en tiempo, ¡vamos! Al Once, ché dijo Lorenzo al cochero y el carruaje partió. Vamos a tener un viaje espléndido... sin tierra... fresco... decía Melchor, ¡ya verán qué maravilla de vida vamos a pasar!... y ¿qué tal? Ricardo, ¿qué dices? ¿Yo?... ¡nada! ¿qué quieres que diga?

No llegamos a Río Janeiro hasta pasado mañana dijo Isidro, siempre bien enterado de la marcha del viaje . Pero la despedida ha sido hoy, para que la gente que se queda en el Brasil pueda dedicar el día de mañana al arreglo y cierre de equipajes. Esta noche es la última de gran ceremonia, y las señoras van a guardar sus vestidos y joyas.

Pero Margarita adivinaba el suplicio interior de la pobre señora y su lucha para que no se revelase exteriormente en la humedad de sus ojos, en la nerviosidad de sus manos. Le era imposible abandonar á su madre un solo momento... Luego había sido la despedida. «¡Adiós, hijo mío! Cumple tu deber, pero prudenteNi una lágrima, ni un desfallecimiento.

Duró largo rato la despedida, porque tanto Doña Paca como Frasquito repitieron, en el tránsito desde la salita a la escalera, sus expresiones de gratitud como unas cuarenta veces, con igual número de besos, más bien más que menos, en la mano del sacerdote.

Nada más que guardándome un pequeño recuerdo en su alma... murmuró Delaberge. Hubiera querido decir más y expresar con mayor viveza la ternura que subía de su corazón a sus labios, en este supremo momento de la despedida. Comprendía, empero, la fatal necesidad que le condenaba a reprimir un sentimiento que hubiera parecido sospechoso al hijo de Miguelina.

Poniéndome en marcha hacia la casa del médico, a quien deseaba pagar su visita aquel día, despedíme del Tarumbo; pero éste, atajándome a la mitad de la despedida, díjome que «payá» iba él también, porque cabalmente estaban las dos casas, la suya y la del médico, frente por frente, y echó a andar a mi lado.

El diablo son las mujeres... empezó a decir, cuándo se oyó la gran campana del castillo que tocaba a rebato, y fuertes gritos que parecían salir del foso. Ruperto volvió a sonreírse y me hizo un saludo de despedida con la mano. Mucho hubiera deseado habérmelas con usted dijo, pero la cosa se pone fea; y desapareció de mi vista. En un instante, sin pensar en el peligro, subí por la cuerda.