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Y como permaneciese de pie con la portezuela abierta esperando que la señora bajase, ésta le dijo con alguna impaciencia: Cierra, yo no salgo del coche. La sorpresa del lacayo fue mucho mayor. Habló en voz baja con el cochero, bajó éste del pescante, tomó otra vez la orden de la señora y se dispuso a cumplimentarla.

Un viejo cochero que me sirve algunas veces se atrevió á ser franco una noche, porque estaba algo borracho. Todos cobran. Los viejos tienen su jubilación, los enfermos perciben un socorro, viudas y huérfanos cobran pensiones por el empleado muerto. «Esto es un gran país, señor me decía el cochero ; el mejor del mundo.

Todas las casas que veía se le antojaban la villa Dandolo, pues en realidad se parecen mucho unas a otras en la isla. Cuando el cochero le señaló un tejado de pizarras oculto entre los árboles, se apretó el corazón con ambas manos. Consultaba con gran atención la fisonomía del paisaje para ver si le anunciaba la gran noticia que ardía en deseos de conocer.

En cuanto á los 700 pesos de la derramita, me dijo la digna Tintay que los había empleado Tenten en gastos ... reservados. Este capítulo tiene epílogo. Desde que puse el último punto suspensivo á la fecha en que añado estas letras, han pasado dos años. De paso he estado en el pueblo de Legaspi. á mis amigos Tintay y Tenten, y en el tiempo que mi cochero enganchaba me hicieron tomar chocolate.

No puedo creer que seas capaz de engañarme. ¿Lo que dices es una locura o qué es...? ¿A dónde me llevas...? Por Dios, no hagas una locura. Cochero, cochero, a la calle de la Amargura. El cochero irá donde yo le mande exclamé alzando la voz, porque el ruido del carruaje nos obligaba a hablar a gritos . Regocíjate, Inés, alégrate, amiguita.

Apeóse la incógnita en el sitio indicado, y ordenando esta vez al cochero que aguardase, entró por la calle X , mirando a una y otra acera, como si inspeccionase el terreno.

El cochero bajó y tanteó la puerta, que estaba sólidamente cerrada. ¡Magdalena! ¡Magdalena! Nadie contestó. ¡Magdalena! ¡, Magdalena! continuó el cochero con irritación cada vez más patente. ¡Magdalena! añadió el correo persuasivamente. ¡Oh, Magdalenita! Pero la tal Magdalena, al parecer insensible, dio la callada por respuesta.

Después de otros dos o tres intentos, acabé por no apearme ya del coche. El cochero iba y venía, deteníase en ciertas calles y hacía como que se informaba.

Trabajaba de costurera a domicilio, y tenía tan buenas manos, que se la disputaban las parroquianas, señoritas de escasa fortuna, que acogían como una felicidad el confeccionar en sus casas vestidos iguales a los de las modistas. Era huérfana. Su padre había sido cochero en una casa grande; su madre, portera.

Muy bien asentí; y diez minutos después la acompañaba hasta abajo y le hacía subir, sonriendo dulcemente, en su elegante victoria, cuyo cochero y lacayo vestían ahora de luto. ¿No es verdad que suponen ustedes que estaba jugando una peligrosísima partida? Y era así, en efecto, como después tendrán ocasión de verlo.