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Actualizado: 23 de junio de 2025
Mostrábanse las filas de herramientas industriales y agrícolas, con reflejos de obscuro azul, los rótulos arrancados de puertas y balcones anunciando con letras de oro modistas francesas y peluquerías elegantes que ya no existían. En las plazoletas elevábase en montañas el hierro viejo y oxidado, tan frágil por la herrumbre, que parecía próximo a quebrarse como el cristal.
La hija de Estrada-Rosa, lucía un traje elegantísimo recién salido del taller de una de las más afamadas modistas de París. Su belleza, de la cual sus compatriotas no conocían más que el delicado botón, se había convertido en rosa espléndida en los cinco años de vida refinada y elegante.
Trabajaba de costurera a domicilio, y tenía tan buenas manos, que se la disputaban las parroquianas, señoritas de escasa fortuna, que acogían como una felicidad el confeccionar en sus casas vestidos iguales a los de las modistas. Era huérfana. Su padre había sido cochero en una casa grande; su madre, portera.
Al cabo de ellos, notóse que la afluencia de curiosos era sobradamente numerosa; se temió, no sin fundamento, un atropello feroz en el caso probable de una paliza popular; vióse, con justificable desagrado, que el gremio de modistas y de costureras, aprovechándose de los perdidos ecos de la orquesta, bailaba también á su compás en un prado inmediato; y, por último, se observó con indignación que más de una pareja de aquel campo, intrusándose á la descuidada en el vecino, danzaban en él después con una familiaridad que rayaba en provocación.
Hacia 1868 se graduaron de bachiller, siendo ya dos mocitos que echaban requiebros a las modistas, y poco después sus familias determinaron darles carrera. Ambos padres decidieron que estudiaran leyes.
Para estos apuros y otros semejantes, hay aquí un contingente regularcito de costureras con humos de modistas, que se despistojan con el afán de conseguir que sus exigentes parroquianas no encarguen sus vestidos a la capital, que dista catorce leguas. Y lo mismo se desvela y por idéntica causa, el sastre riojano; porque los hombres elegantes de aquí son punto menos que las hembras distinguidas.
Cállese usted por Dios, que me da horror de oírla. Me querían llevar a la cárcel, y estuvieron cerca de una hora si me llevan o no me llevan. Fueron los policías, y yo dije que estaba criando. Total, que por fin me soltaron, y aquí me vine corriendo. ¡Si no hay como ser así para que la respeten a una! Si no están allí las condenadas modistas, me paseo por encima de su corpacho como por esa sala.
A esta palabra, Albión se cubre de su más espesa neblina; los dandys caen en el spleen más negro; las ladys se llenan de diablos azules las mises sienten bascas, y las modistas se tocan de los nervios. No es extraño, pues, que Erín se creyese degradado, dejándose robar por ladrones vulgares; y así es que se defendió como un león.
En las esquinas inmediatas a los talleres de modistas esperaban los estudiantes y los viejos verdes, acariciando en el bolsillo los billetes para ver una pieza en Eslava, o las entradas de favor para bailar en La Sutil.
Vestido enorgullecía a las modistas; desnudo o a medio vestir, cuando andaba por aquella casa tendiendo ropa en el balcón, limpiando los muebles o cargando los colchones cual si fueran cojines, para sacarlos al aire, parecía una figura de otros tiempos; al menos, así lo pensaba Rubín, que sólo había visto belleza semejante en pinturas de amazonas o cosa tal.
Palabra del Dia
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