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Su muerte fue de esas que vulgarmente se comparan a la de un pajarito. Decían los vecinos y amigos que había reventado de gusto. Aquella gran mujer, heroína y mártir del deber, autora de diez y siete españoles, se embriagó de felicidad sólo con el olor de ella, y sucumbió a su primera embriaguez.

Todo era amor y dicha, saturada con la miel regalada de tus labios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¡Y tal felicidad era un delito! ¡Tanta dicha, mujer, crímen nefando! ¡Por qué? Yo no lo ; pero es un crímen... Por tal el mundo entero lo ha juzgado... ¿Qué importa?

En su corazón había renacido la dicha pujante y vigorosa, como agua de manantial comprimido que redobla su violencia al cesar la fuerza que lo sofoca. Tuvo impulsos de quitarse de las orejas los ricos pendientes que lucía y regalárselos a Engracia, pero le parecieron pobrísima ofrenda para pagar tanta felicidad.

Dices, Juan, que las minas serán nuestra felicidad. ¡Eso! ¡eso digo! exclamaba el paisano con furor. Pues yo te digo que acaso, acaso serán nuestra desgracia. ¡Martinán, eres un burro! gritó otro paisano que allá en un rincón libaba silenciosamente el jugo de la manzana. Te digo que acaso sean nuestra desgracia y voy á probártelo expresó Martinán con calma sin hacer caso de la interrupción.

Desde entonces, una saciedad enervante me mantuvo durante semanas enteras tendido en un sofá, mudo y terrible, pensando en la felicidad del «no ser...»

Un ser sobrenatural que naufragó la felicidad humana en el paraíso, y llevó el pecado y la muerte al mundo, está nombrado para el oficio de tentar a los hombres, en todos los tiempos, en todos los lugares, durante la vida; capaz de entrar en la mente de sus víctimas y pervertir su alma, en sociedad y en soledad, en el sueño, aun en la plegaria, capaz de asumir todos los disfraces, aun de aparecer como un ángel de luz.

Cuando yo más la quería... Rafael no pudo oír más. La poesía popular le arañaba el alma con su ingenua tristeza. Rompió a llorar con gemidos de niño, como si la copla fuese su historia: como si la hubiesen compuesto luego de ser despedido él de aquella reja, donde estaba la felicidad de su vida. ¿Oyes, Fermín? dijo entre suspiros. Ese, soy yo. Me ocurre lo que al pobresito de la copla.

El libro del profeta está abierto en tus manos, y la espresion de tu semblante denota sin embargo que tu espíritu vaga incierto sobre el araf entre el cielo y el infierno. El crímen que medito me brinda con la suprema felicidad en la tierra. Estoy estudiando si puedo volver á los brazos de un marido que me amaba y á quien yo entregué toda mi alma. Pues ¿y el marido que hoy tienes?

Si usted olvidara eso, sería el más infame de los hombres. A pesar de todo, siempre creí que no era usted tan malo como decían. Usted será bueno; la felicidad hace buenas á las personas. Yo también espero serlo ... ¡Ah! ¿No sabe usted en qué he pensado? He tenido estos días llena la cabeza con unas ideas ... No lo puedo contar. ¿Sabe usted?

Óigame bien, gentleman, y no se ría de .... Yo le quiero un poco y me intereso por su felicidad.... ¿Por qué no hablar más claramente?... Yo le amo, gentleman, y deseo pasar el resto de mi vida junto á usted, dedicándome en absoluto á su servicio.