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La soledad no le había perjudicado, y el pesar, en vez de ajar su semblante, había impreso en él un sello de gravedad que no le sentaba mal. El hábito de pensar, que su turbulenta ociosidad no conocía, había dotado su mirada de una expresión más profunda y ensanchado su frente.

El espectáculo de la ciénaga de Sanaguare es admirable y solemne. ¡Qué soledad aquella!

Pero aquí, rodeada de hombres que la admiraban, y en un ambiente primitivo que la hacía resaltar como si fuese de esencia superior, había ejercido sin quererlo una influencia tan nefasta como la del demonio cobrizo temido en otros tiempos por los jinetes errantes de la Pampa. Ella misma había sido víctima de este ambiente de soledad al enamorarse de Watson.

De manera que para dos parejas de mujeres tan separadas una de otra, aquella casa, durante las altas horas de las noches de invierno, en las que escasean los ruidos de la calle, con la espesura de las alfombras en el suelo y la abundancia de macizos cortinones que apagaban el rumor de las pisadas y hasta el sonido de la voz, era un completo páramo con su muda e imponente soledad.

Animados ya los tres y de buen humor, dijo don Paco: No comprendo por qué gustan ustedes tanto de la soledad y están tan retraídas. La plaza esta noche estará animadísima. Todo el mundo habrá acudido a la verbena y a ver los fuegos, que dicen que serán magníficos.

El salón de invierno ofrecía el aspecto de una reunión de familia después de una desgracia. Ojeda también estaba triste. La soledad favorecía el desarrollo de sus remordimientos. Pensaba con vergüenza en sus aventuras, y a la vez, por una contradicción bizarra, pensaba también en Nélida, extrañando su ausencia.

Bajaron la escalerilla de la muralla, y entrando en la calle de Pedro Conde se acercaron á la taberna de Crisanto, y Soledad suplicó á su amigo que se quedara fuera y se ocultase mientras ella entraba á preguntar. Penetró, en efecto, y la informaron de que Velázquez había estado allí hacía poco rato, en compañía de algunos amigos y amigas. Hemos llegado tarde dijo, cuando salió.

Es difícil imaginar nada más poético que la descripción del Príncipe, criado en la soledad, ignorante de su nacimiento, demostrando en la primera ocasión que se le presenta su ingénita y natural nobleza. ¡De qué belleza tan arrebatadora es la escena en que Focas encuentra á los dos jóvenes Heraclio y Leonido ante la cueva en que viven, en los montes, y les anuncia el primero que uno de ellos es de sangre real!

¡Qué loquilla! dice alegremente. Vuelve a caer sobre la almohada, y se duerme con la sonrisa en los labios. A la mañana siguiente, Juan busca en el cuarto sus ropas de trabajo. Le aprietan un poco en los hombros. ¡Cristo! ¡cómo ha engrosado! Ya está alto el sol. Le parece que pone menos luz y calor en cualquier parte que no sea en aquella soledad florida.

Con la sonrisa en el labio Y con la miel en el alma Un dia tuve de calma Al presentir la amistad. Falsedad! Sus manos estaban frias, Yertas quedaron las mias Y volví á la soledad. Culto á la patria rendí, Y por conquistar un nombre Que lustre diese á mi nombre Combatí por su pendon. Ilusion! Alcancé lauro bastardo, Y una corona de cardo Fué todo mi galardon. Azoten mi sien tus alas!