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Este hombre logró que le escuchasen con más rapidez que el ingeniero. Los asaltantes bajaron poco á poco de la casa para oírle de más cerca. ¿Qué hacen ahí? gritaba . ¡Se ha ido!... Yo la he visto en un coche con el señor Moreno, el del gobierno. Van á la estación á tomar el tren de Buenos Aires. Inmediatamente se ofrecieron varios jinetes de buena voluntad para alcanzarla en su fuga.

Vió cómo una masa de curiosos formaba semicírculo en torno á la fachada de cristal del edificio, completamente abierta, que le servía á él para entrar y salir. Numerosos jinetes contenían á estos curiosos para que dejasen paso franco al ilustre visitante.

Lanzaron ellos sus caballos por el puente; mas con tan poca fortuna, que tras de una pequeña ventaja obtenida por el empuje de aquella poderosa fuerza, tuvieron que retirarse; pasada la sorpresa, nuestros infantes les acribillaron a bayonetazos, dejando un sinnúmero de jinetes en el suelo y otros precipitados por cima de los pretiles al lecho del arroyo.

La espera pareció larguísima, hasta que en el fresco silencio sonaron muy lejanos los graves tintineos de unos cencerros. ¡Ya venían! ¡Iban a llegar!... Aumentó el estruendo de los cobres, acompañado de un galopar confuso que hacía estremecerse el suelo. Pasaron al principio algunos jinetes, que parecían gigantescos en la obscuridad, a todo correr de sus caballos, con la lanza baja.

Se hundían en él los jinetes, asaetados por todas partes, y los almogávares degollaron á la flor de la caballería franca, condes, marqueses y barones, siendo de los primeros en caer Gautier de Brienne. Luego de saquear el país, los vencedores se establecían en Atenas.

La muchedumbre había emprendido ya su marcha hacia el templo, y la presencia del gigante produjo enorme desorden. En vano los jinetes de la cimitarra dieron varias cargas para dejar un espacio libre de gente en torno de Gillespie. A estas horas de la mañana la muchedumbre era de los barrios populares, y mostró un regocijo agresivo y rebelde.

Y le arrastró con paternal solicitud, como si el millonario fuese el primer estandarte de la romería. Aresti quedó inmóvil, avergonzado de su arrebato. Pero en fin, lo hecho bien estaba, ya que no tenía remedio. Los empellones de la gente que huía le sacaron de su abstracción. Los jinetes de la guardia civil corrían al trote por la plaza, amenazando con sus sables.

Pero en el fondo sintieron todos, unos más y otros menos, el mismo estremecimiento al ver aquella figura siniestra. Fernanda, por mujer y por el estado especial de su alma, se inmutó visiblemente: después de pasar siguió todavía con ojos de temor a los dos jinetes hasta que se perdieron entre las sombras.

Hablaba de hacerse bandolero, con el entusiasmo que desde la niñez sienten los jinetes rústicos por los aventureros de carretera. Para él, todo hombre ofendido sólo podía buscar su venganza haciéndose ladrón. Me matarán continuaba pero antes de que me maten, diga usted, padrino, que habré acabao con medio Jerez.

Cuando los carpinteros, poco después de la salida del sol, colocaron el taburete del Hombre-Montaña en medio de la meseta, al pie de la cual se extendía el caserío de la Ciudad-Paraíso de las Mujeres, una muchedumbre llenaba ya todo el declive, avanzando poco á poco hacia lo alto, á pesar de los jinetes que intentaban mantenerla inmóvil y á cierta distancia.