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Actualizado: 19 de octubre de 2025


Arrogantes galanes, á fe mía, dijo Simón á Roger, que olvidado de todo contemplaba con embeleso espectáculo tan nuevo para él. Lo que yo pienso, dijo á su vez Tristán, es que si pudiera apoderarme de uno de aquellos alegres jinetes y hacerle pagar rescate, podría también comprarle a mi madre un par de vacas.... No seas cernícalo, Tristán, repuso Simón.

Un hombre y un muchacho habían descendido de ellos y parecían divertirse tirando un lazo por el aire. Era un lazo de cuerda, ligero y fácil de manejar, aunque de menos resistencia que los verdaderos lazos de cuero usados por los jinetes del país. Reconoció Elena al muchacho, con su instinto de mujer más que con sus ojos.

Cuando Lorenzo iba a romper en una enérgica protesta, se encontró galopando sin poder evitarlo; pero al mismo tiempo notó, o creyó notar, que esa nueva forma de marcha era más soportable, bien que le molestaba algo el movimiento de ascenso y descenso de los jinetes que llevaba al lado.

En ninguna parte del edificio se notaba como aquí la antigua prosperidad. El zaguán, enorme cual una plaza, podía admitir más de una docena de carrozas y todo un escuadrón de jinetes. Doce columnas algo panzudas, de mármol avellanado de la isla, sostenían los arcos de piedra cortada en piezas, sin revestimiento alguno, encima de los cuales extendíase el techo de vigas negras.

Las fachadas de las grandes casas parecían alegrarse abriendo de golpe sus puertas y balcones. La fuerza armada extendíase por toda la ciudad. La luz de los faroles hacía brillar los cascos de los jinetes, las bayonetas de los infantes, los tricornios charolados de la guardia civil.

Eran gauchos venidos del Chaco conduciendo rebaños; hombretones de perfil aguileño y maneras nobles, que recordaban por su aspecto á los jinetes árabes de las leyendas.

Fue entonces cuando la muchedumbre que obstruía la entrada, arrebatada por una fila de vigilantes armados, encargados de abrir calle, remolineó y retrocedió de espaldas, compacta, hasta apretarse contra las paredes de las casas inmediatas; un tropel de jinetes que venía de la ciudad, ocupó el espacio abandonado.

La España de entonces recibió con agrado a las gentes que venían de África; los pueblos se entregaban sin resistencia; un pelotón de jinetes árabes bastaba para que se abriesen las puertas de una ciudad. Era una expedición civilizadora, más bien que una conquista, y una corriente continua de emigración se estableció en el Estrecho.

Cuando sus expediciones para robar ganado ó sorprender á las tribus vecinas empezaban á fracasar; cuando iban en aumento las enfermedades en sus tolderías y las amenazas de hambre, todos los jinetes se armaban y salían al campo para vencer al maldito Gualicho.

Se fueron, y dos horas después, cerca de un rancho, encontramos otra partida de jinetes, con lanzas también, y con esos caragüelles bombachos que parecen enaguas recogidas en las botas; pero éstos llevaban al cuello pañuelos blancos.

Palabra del Dia

mármor

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