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Entre tanto, en union de mi compañera, visité el interior espléndido de esto que no cómo denominar: si necrópolo ó templo, si protesta ó fe, si reliquia ó profanacion, si monte Calvario ó Roca Tarpeya.

Como si el pensar y el desear así hubiera sido una navajada, allá en sus adentros, no sabía dónde, Bonis sintió un dolor espiritual, como una protesta, y en los oídos se le antojó haber sentido como unas burbujillas de ruido muy lejano, hacia el cuarto de su mujer; una cosa así como el lamento primero de una criaturilla.

Viviría rodeada de magnificencia, de lujo, y algún día, en uno de esos momentos en que el amor atestigua, protesta, jura, siente la necesidad de dar, diría á un galán: «Os cojo la palabra. Empero no creáis halagarme con los presentes acostumbrados.

Los argentinos se removieron en su altura con voces de extrañeza y protesta. ¿Ya no disparaban más? ¿Y aquello era todo?... Les habían robado el dinero. ¡Tongo... tongo! gritaron al mismo tiempo. Uno de ellos, cogiendo un pedazo de roca suelta, quiso arrojarla a guisa de felicitación sobre los adversarios reconciliados.

Ella lo hubiera sido a vivir en otra atmósfera. ¡Lo que habían visto aquellos ojos!». Y recordaba unas Aventuras de una cortesana, que había ella proyectado allá en sus verdores, ricos de experiencia. Tan general y viva fue la protesta del gran mundo de Vetusta contra los conatos literarios de Ana, que ella misma se creyó en ridículo y engañada por la vanidad.

Significaba simplemente que venía a Chile donde la libertad brillaba aún, y que me proponía hacer proyectar los rayos de las luces de su Prensa hasta el otro lado de los Andes. Los que conocen mi conducta en Chile, saben si he cumplido aquella protesta.

D. Alonso miró a Malespina, buscando en su semblante una expresión de protesta contra los insultos dirigidos a la noble artillería. Después dijo: «Lo malo será que los navíos carezcan también de buen material; y sería lamentable...» Marcial, que oía la conversación desde la puerta, no pudo contenerse y entró diciendo: «¿Qué ha de faltar? El

Lo conocí en una mirada de extrañeza con que respondió mi linda interlocutora a una indirecta mía en que se clareaban demasiado mis intenciones. Me impuso aquella serenidad que me pareció protesta contra un mal entendido derecho de preguntar «ciertas cosas» por muy evidentes que fueran.

El furor autoritario de aquella señora tan devota y rígida de costumbres, al enterarse de que su hijo visitaba la casa azul y era amigo de una extranjera a la que no trataban las personas decentes de la ciudad y de la que sólo hablaban bien los hombres en el Casino cuando se veían libres de la protesta de sus familias. Fueron escenas borrascosísimas.

Y ¿qué yo si alguno, no digo de los sacerdotes, no quiero hacerles tal ofensa, pero de los seglares, creerá que en efecto...? El de Naya aprobó con la cabeza como quien reconoce la fuerza de una observación; pero, al mismo tiempo, la sonrisa con que lucía la desigual dentadura era suave e irónica protesta contra tanta rigidez.