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Esto, después de aquel famoso fallo del Real Consejo de Hacienda eximiendo del pago de la alcabala a la pintura y reconociéndola como arte liberal, cuando en las cuentas del Bureo continuamente se hablaba de pagos y atrasos cobrados por Velázquez como pintor del Rey, es de lo más tristemente cómico que puede imaginarse y de lo que mejor pinta la necia vanidad de entonces.

Miró Rojas á un lado y á otro, por si la niña andaba cerca y podía oírle. Luego sonrió con la vanidad que sienten los hombres entrados en años al recordar las audacias y desafueros de su juventud, y dijo con una falsa modestia: ¡Bah! ¡Quién se acuerda de eso! Muchachadas, ché; cosas que se usaban entonces.

Pero nunca con el fin de que saque de ello provecho ni mi dignidad de hombre, ni mi gusto, ni mi vanidad, ni los otros ni yo mismo. Será sin más propósito que el de expulsar de mi cerebro algo que me molesta. Sonrió al oír la curiosa y vulgar explicación que daba yo a un fenómeno bastante noble. ¡Qué hombre tan singular resulta usted con sus paradojas!

Yo sufría por ella y tanto como ella, pero le contesté con dulzura y logré hacerle comprender que su resentimiento era excesivo y hasta injusto, pues, al fin, la vanidad de la Marquesa de Oreve no hace daño a nadie más que a ella misma y en modo alguno al artista que la pinta como es.

Era lo único que al capitán Bedoya le parecía digno de respeto en aquel museo de trampas, según su expresión. El Marqués tenía la vanidad de ser anticuario por su dinero; pero le costaba mucha plata lo que resultaba al cabo obra de los truqueurs, palabra del capitán.

¿Por qué, pues, aquel amor no la sostenía en las horas de prueba? ¿Por qué no era su refugio en los momentos sombríos? No podía admitir que, al pedir su mano, Huberto procediese por vanidad. ¡No! no podía creerlo.

Serafina, la primera vez que cayó en ella, cayó, como tantas otras, seducida por la vanidad, por la lujuria exaltada de la mujer de teatro, por el interés: su primer amante, a quien quiso un poco, de quien estuvo muy orgullosa, fue un General francés, Duque, millonario.

No; yo juro por mi alma que no. Perdóneme el lector este arranque ... no de qué: quizá es orgullo, quizá es vanidad, acaso es una ridícula jactancia; pero me parece que si yo hubiera sido el padre, el tio, el hermano, el amigo siquiera, de esa infeliz mujer, esa mujer estaria en su casa.

19 ¿Y quién sabe si será sabio, o loco, el que se enseñoreará de todo mi trabajo en que me hice sabio debajo del sol? Esto también es vanidad. 20 Volvió, por tanto, a desesperanzar mi corazón acerca de todo el trabajo en que me trabajé, y en que me hice sabio debajo del sol.

El público tiene también una gran parte; el público que, en vez de pedirles obras bellas, bien meditadas y con destreza concluídas, les exige solamente que no se parezcan á los demás, fomentando de esta suerte la excentricidad y el mal gusto, que ha dado vida en los últimos años á esa nube de obras extravagantes y ridículas, donde la impotencia marcha unida á la vanidad.