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Estos ataques de la lujuria animal solían ser a las altas horas de la noche, cuando el enamorado salvaje se eternizaba sobre su banco, para esperar la soledad. Fermín estudiaba o dormía. Paula cerraba la puerta de la calle, porque la autoridad le obligaba a ello. No despedía al borracho, aunque conocía su propósito, porque mientras estaba allí hacía consumo, suprema aspiración de Paula.

Mirad cómo habláis, hermano replicó el segundo alcalde , que aquí no hay justicia con lujuria: que todos los alcaldes deste lugar han sido, son y serán limpios y castos como el pelo de la masa; y hablad menos, que os será sano. Volvió en esto el pregonero, y dijo: Señor alcalde, yo no he topado en la plaza asnos ningunos, sino a los dos regidores Berrueco y Crespo, que andan en ella paseándose.

Y esto porque, aunque parezca raro, Ramoncito había llegado a interesarse de verdad por la niña. El amor pocas veces es un sentimiento simple. A menudo contribuyen formarle y darle vida otras pasiones, como la vanidad, la avaricia, la lujuria, la ambición. Así formado apenas se distingue del verdadero amor: inspira el mismo vigilante cuidado y causa las mismas zozobras y penas.

Y se arrancaba con rabia un puñado de ellos. «Tantos pelos tiene en el alma como en el cuerpodecía de él el capellán del colegio con sorda cólera. No estamos conformes con este juicio. Marroquín era un pobre diablo, no exento de las pasioncillas que atormentan a los humanos, tales como la envidia, la lujuria, la gula, pero no en más alto grado que la mayoría de ellos.

Ramiro cercó con su brazo el cuello de la niña oprimiéndola con dulzura. Sintió entonces el impulso frenético de poner sus labios sobre los labios de la doncella, de beber y morder en ellos el amor, la lujuria, el delirio, ¡locamente!, y la atrajo por fin hacia él con rabiosa vehemencia. Beatriz lanzó un grito: ¡Alvarez! Uno y otro volvieron el rostro.

La hipocresía de doña Camila llegaba hasta el punto de tenerla en el temperamento, pues siendo su aspecto el de una estatua anafrodita, el de un ser sin sexo, su pasión principal era la lujuria, satisfecha a la inglesa: una lujuria que pudiera llamarse metodista si no fuera una profanación.

Claro está que doña Inés, que era mística muy elevada en sus pensamientos y un tanto cuanto asceta, aunque más en lo especulativo que en lo práctico, hacía que Juanita le leyese vidas de santos y libros devotos y morales como Monte Calvario, Gracias de la gracia, Gritos del infierno, Espejo de religiosos, Casos raros de vicios y virtudes y Estragos de la lujuria.

Era un mundo de caricaturas de la lujuria, de gestos simiescos y estremecimientos satiríacos, en el que asomaba la pasión carnal con la mueca de la animalidad más grotesca. Mire usted, tío. Como gracioso, éste es el más notable. Y el Tato enseñaba a Gabriel la figurilla rechoncha de un fraile predicando con enormes orejas de burro.

A la primera insinuación amorosa, brusca, significada más por gestos que por palabras, el ama contestó con un gruñido, y fingiendo no comprender lo que le pedían; a la segunda intentona, que fue un ataque brutal, sin arte, de hombre casto que se vuelve loco de lujuria en un momento, Paula dio por respuesta un brinco, una patada; y sin decir palabra se fue a su cuarto, hizo un lío de ropa, símbolo de despedida, porque tenía allí muchos baúles cargados de trapos y otros artículos, y salió diciendo desde la escalera: ¡Señor cura! yo me voy a dormir a casa de mi padre.

Luego, abolida la voluntad durante el sueño, acudía en cuatro pies a las bocas pintadas de las sacerdotisas idólatras, que, extendidas bajo los cedros, temblaban de lujuria como panteras... Si al llegar a la Catedral le decían que el canónigo no se había levantado aún de la siesta, Ramiro esperaba paseándose por las naves.