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Su prolongada residencia en los Genets, aproximándolo aún más a la señorita de Sardonne gracias a cotidianas relaciones, fue exaltando su pasión de día en día, hasta ese punto en que ella puede ser rebelde y sorda a los argumentos de la razón, a los dictados del propio interés.

Transcurrieron algunos instantes de silencio. Tristán habló al fin con voz sorda: Un destino fatal parece descender de lo alto para interponerse constantemente entre la felicidad y yo. Su mano fría me sacude con rudeza para despertarme de todo sueño dichoso, de toda dulce ilusión.

Pero en medio de esta rara inmovilidad, secreta y silenciosa como la sorda y lenta labor de la polilla, una guerra sin treguas ni victorias, una guerra de pasiones bajas, rastreras y mezquinas, ruines y dolosas, en que todo bicho viviente toma participación; los unos capitaneados por la envidia, los otros acaudillados por la codicia, todos azuzados por la murmuración y aguijoneados por la maledicencia de los que se dicen ajenos a toda rencilla y enemigos de chismes y rencores.

Ella sola, en la vasta extensión argentina, está en contacto con las naciones europeas; ella sola explota las ventajas del comercio extranjero; ella sola tiene el poder y rentas. En vano le han pedido las provincias que les deje pasar un poco de civilización, de industria y de población europea; una política estúpida y colonial se hizo sorda a estos clamores.

«Ella también iba a renacer, iba a resucitar, ¡pero a qué mundo tan diferente! ¡Cuán otra vida iba a ser de la que había sido! se preparaba a misma una vida de sacrificios, pero sin intermitencias de malos pensamientos y de rebelión sorda y rencorosa, una vida de buenas obras, de amor a todas las criaturas, y por consiguiente a su marido, amor en Dios y por Dios». Pero entretanto, mientras no podía moverse de aquella prisión de sus dolores, el alma volaba siguiendo desde lejos al espíritu sutil, sencillo, a pesar de tanta sutileza, de la santa enamorada de Cristo.

El capitán Laroque, con el cuerpo encorvado y la cabeza pendiente, continuaba fijando sobre su incierta mirada. En fin, pareciendo hallar de pronto un asunto de conversación de un interés capital, me dijo con voz sorda y profunda: El señor de Beauchêne ha muerto.

Miró al corredor y cerciorándose de que la vieja se había ya retirado, exclamó con voz sorda: ¡Ande allá, abuela, que tiene usted la cara más fea que la papeleta de la contribución! Y se encaminó á la casa en busca de la guadaña acompañado de la risa y algazara de los espectadores.

Entremos dice con voz sorda. Ella alza la cabeza y apoya los brazos en el suelo; pero, cuando él quiere levantarla, lanza un grito agudo. ¡No me toques! Por dos o tres veces trata de ponerse en pie; sus piernas se doblan. Entonces tiende los brazos sin decir palabra, y se deja levantar por él, que sostiene sus pasos vacilantes a través del patio del molino.

Llovió aún toda la noche sobre el moribundo, la lluvia blanca y sorda de los diluvios otoñales, hasta que a la madrugada Podeley quedó inmóvil para siempre en su tumba de agua.

Es un poco sorda. Y ella por su parte: Le suplico que hable algo más alto. Es un poco teniente.