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=Patio principal:= En dicho patio principal al rededor de sus cuatro corredores arqueados están 24 nichos ovalados de piedra marmol embutidos en la pared en la parte superior y en ellos de firme 24 estátuas también de marmol que representan parte de ellas emperadores romanos y parte otros héroes.

El padre y la tía casi no le veían la cara y cuando lograban vérsela, al atravesar el patio o al sorprenderle en su cuarto vistiéndose, se les figuraba muy pálido, muy flaco, la estampa marcada de un calaverilla precoz y sin freno. Acabará por enfermarse decía misia Casilda, ¡se acuesta tan tarde! ¿por qué no le hablas ?

En esta cocina adornaban las paredes varias jaulas de perdices, puestas sobre repisas, escopetas y otras armas, y algunas cabezas de ciervos, lobos, zorros, tejones y garduñas, muertos por D. Acisclo. En el piso bajo había casi tanta habitación como en el principal; y, si se contaba con el patio con toldo, había más. Allí se vivía durante el verano.

Y a todo esto, el patio y sus tejados, y el terreno de afuera, y las zarzas y los helechos y la baranda del balcón, en fin, cuanto se veía o se palpaba desde mi observatorio, húmedo, reluciente y goteando. No habiendo cosa más risueña en que poner la vista por aquel lado, fuime a la otra fachada, la que correspondía al claro frontero a mi alcoba.

Allí está, con sus columnas de madera, el palacio de Cochinchina, y en el patio su estanque de peces dorados, y los marcos de las puertas labrados a punta de cuchillo, y, en el fondo, en la escalinata, dos dragones, con la boca abierta, de loza reluciente.

Rara vez entraba un carruaje en el patio de honor del palacio.

, señor; es el que maya... Hágame su mersé el favor de esconderse ahí, detrás de ese montón de leña. Después que él entre se puee usté ir. Hice como me mandaba, y asomando con precaución la cabeza pude ver en medio ya del patio, iluminado de lleno por la luz de la luna, a un hombre con blusa blanca que venía caminando lentamente a cuatro patas.

Estaban tan hechas a ser tratadas de aquel modo y habían domado fieras tan espantables, que ya las injurias no les hacían efecto. «Vamos dijo la Superiora frunciendo el ceño ; callando, y baje usted al patio».

En aquel momento se abría la puerta del patio con estrépito y sonaban dentro carcajadas. El Magistral reconoció la voz de Visita que gritaba: ¡Pues no señor! no son azules.... , señora, azules con listas blancas respondía Paco, batiendo palmas. ¿A que no? ¿a que no?

Algo había en ellas de cariño, de agradecimiento por todo lo pasado; pero lo que predominaba era el ansia de recobrar su categoría de «señoras de coche», sin la cual se creían deshonradas. Al entrar en el patio, dirigiéronse rectamente a la cuadra.