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Buen pechugón se ha dado... exclamó la Superiora . Ya, ¡cómo estará aquel cuerpo con todo ese líquido ardiente! Nunca nos había pasado otra... La arreglaremos, la arreglaremos. ¿Pero viene o no?». Bajaba ya, decidida a abreviar la tardanza del acto de justicia, cuando se oyó un gran tumulto.

Dejarla, dejarla dijo la Superiora . No decirle una palabra más. A la calle, y hemos concluido. Con gran dificultad se levantó Mauricia del suelo y recogió su ropa. Al ponerse en pie pareció recobrar parte de su furor. «Que se te queda este lío». Las botas, las botas. La tarasca lo recogió todo. Ya salía sin decir nada, cuando Guillermina la miró severamente. «¡Pero qué mujer esta!

Los castigos que la superiora decidió imponerle, al fin, le hicieron conocer otro mal sentimiento: el rencor. Pero a veces el pequeño Cristo volvía a bajar de su nicho, caminaba sobre las baldosas del corredor solitario, aparecía en la celdilla de Adriana, como un mudo reproche, y la miraba fijamente.

La superiora lanzó una mirada furiosa a Catalina, y al ver que bajaba los ojos, exclamó: ¡Ah! Estaban entendidos. , estamos entendidos contestó Martín .Esta señorita es mi novia y no quiere estar en el convento, sino casarse conmigo. No es verdad, yo lo impediré. Usted no lo impedirá porque no podrá impedirlo. La superiora se calló.

No parece la misma.» Y sus palabras y sus gestos dejaban traslucir la misma idea que los de la superiora; esto es, que nunca la habían juzgado con el espíritu de oración y contemplación indispensable para ser esposa de Jesucristo, o sea, hablando vulgarmente, que la habían considerado toda la vida como una joven sin chaveta.

Las cartas de la superiora y las embajadas del capellán, hicieron en vano esfuerzos por recobrar la oveja descarriada, mas no lograron que tornase al redil. De allí en adelante, don Luis toleró que Paz, de tarde en tarde, gastara algo en sabanillas, mantos y encajes, pero no la dejó volver a poner los pies en el convento.

Dos años después pasaba por allí Facundo, y manda que se abra el asilo y la superiora traiga a su presencia a las reclusas. Una hubo que dió un grito al verlo y cayó exánime. ¿No es éste un lindo romance? ¡Era la Severa! Pero vamos a Atiles, donde se está preparando un ejército para ir a recobrar la reputación perdida en la Tablada, porque no se trata sino de reputación de gaucho cargador.

Era la cortina del coro que se extendía. Ya no se vio más. Las luces comenzaron a apagarse y la gente a desfilar a toda prisa. Las amigas íntimas se fueron al locutorio a dar la enhorabuena a María. El locutorio era una pieza cuadrada y bastante obscura, cortada por una doble reja de hierro. La novicia apareció acompañada de la superiora..., ¿sonriendo tal vez?... , sonriendo.

No diga eso, hermana, que tal vez ella lo haría peor. ¡Yo, peor!... ¡Anda, anda! Nunca en mi vida hice una chapucería semejante. ¡Cuántas habrá hecho, hermana! ¡Nunca, nunca! repitió la monja en tono colérico . A los siete años ya sabía yo coser mejor. En aquel momento apareció la superiora en el pasillo.

«Esto que te doy añadió la monja , es una reparación de los nervios y un puntal del ánimo desmayado. No creas que lo hago a escondidas de la Superiora, pues acaba de autorizarme para darte esta golosina, siempre que sea en la medida que separa la necesidad del apetito y el remedio del deleite. Yo que esto te entona y te da la alegría necesaria para cumplir bien con los deberes.