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En el momento en que salía del cuarto, María Teresa inclinándose sobre el pasamano de la escalera vio subir a Juan; entonces, preocupada de lo que su padre podía decirle respecto de su novio, y aunque considerase esta acción poco correcta, en su gran deseo de oír, entró precipitadamente en el cuarto de vestir contiguo al dormitorio, y oculta detrás de una cortina, escuchó.

Corrió la cortina y reconoció en el personaje que subía la escalera de la galería, a un maestro de esgrima, o más bien a un preboste nombrado Lavarede, que tenía por costumbre venir al palacio tres veces a la semana para tirar las armas con el señor de Maurescamp.

40 Las cortinas del atrio, y sus columnas, y sus basas, y la cortina para la puerta del atrio, y sus cuerdas, y sus estacas, y todos los vasos del servicio del tabernáculo, del tabernáculo del testimonio. 41 Las vestimentas del servicio para ministrar en el santuario, las santas vestiduras para Aarón el sacerdote, y las vestiduras de sus hijos, para ministrar en el sacerdocio.

De pronto, levantose la cortina, apareció Julia con el niño en brazos, y tras ella, destacando por claro sobre el fondo oscuro del palco, se dibujó la encantadora figura de Cristeta, en actitud de alzar las manos para quitarse un precioso sombrerillo. ¡Qué semblante y qué talle!

Yo, por mi parte, no contestó ella riendo, con una risa zumbona. ¿Quiere algo más la señora? preguntó el criado. No, pueden ustedes retirarse. Martín quedó asombrado. El criado echó la pesada cortina y quedaron solos. Martín dijo la dama, levantándose de su silla y poniéndole las manos pequeñas en sus hombros . ¿No te acuerdas de ? No, la verdad. Soy Linda. ¿Qué Linda?

Sobreponéos dijo la voz ronca del bufón detrás de la cortina. Tembló el duque al sonido terrible, fatídico de aquella voz. Es el caso que... yo... mi poder... no alcanza á veces... ¿No os he dicho ya, duque de Lerma, que hagáis cuanto ella quiera? ¿ó es que sois tan torpe que no comprendéis lo que se os manda? dijo el bufón abriendo la cortina y apareciendo.

Los dos amantes entraron en la obscuridad. La cortina de ramas les ocultaba el río; la luna apenas si podía filtrar alguna lágrima de luz por entre el ramaje de los sauces. Leonora se sintió intimidada por aquel ambiente de cueva lóbrego y húmedo. Invisibles animales caían en el agua con sordo chapoteo al sentir la proa de la barca cabeceando sobre el barro de la ribera.

Diez minutos después Pedro entraba en casa de Fabrice; por la indicación de un criado subió directamente al taller del pintor con la antigua confianza de los pasados tiempos: llamó ligeramente, y alzando una cortina encontróse cara a cara con Beatriz, cuyos labios se entreabrieron para lanzar un grito apenas contenido merced a un duro esfuerzo; estaba sentada a pocos pasos del caballete de Fabrice, con un libro en una mano y acariciaba con la otra la suelta cabellera de Marcela, arrodillada a sus pies.

Quedó muy contrariada de encontrarse prisionera en aquella pieza de la que no se podía salir sin pasar por el escritorio del señor Aubry. Estaba en traje de casa, y le era desagradable mostrarse así a nadie. Sin embargo, tuvo la curiosidad de ver quién estaba allí. Se acercó con precaución a la mampara de cristales que separaba las dos piezas, y levantando suavemente la cortina de seda miró.

Echó las manos cruzadas a la espalda, y se puso a medir la pobre estancia a grandes pasos, haciendo crujir la madera vieja del piso, de castaño comido por los gusanos. En la alcoba contigua, sin puerta, separada de la sala por una cortina sucia de percal encarnado, se oían los quejidos frecuentes y la respiración fatigosa del enfermo.