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La solicitud de esta última no se refería exclusivamente a la salud del señor Aubry; existía otro asunto que picaba su curiosidad. Un día, no pudiendo contenerse más, Diana preguntó: ¿Qué se hace tu Huberto? No se le ve ya por aquí. María Teresa, confusa, se limitó a responder evasivamente: Probablemente viene a otras horas que , lo cual explica que no lo encuentres.

Pablo Aubry de Chanzelles había dicho la verdad cuando se comparó a Juan Durand. La impresión de piedad que sintió al contemplar al niño desgraciado, provenía en gran parte de que, como él, había conocido el abandono, el desprecio, la indiferencia y la miseria.

El alcalde examina sus notas con aire grave. ¡Ah, desgracia! ¿por qué su rostro se llena de severidad? ¿Qué significa esto, señor Durand? interroga el señor Aubry. Hace quince días que no se le ve a usted en la escuela. ¿Por qué eso, eh? Juan baja la cabeza y con voz lastimera contesta: Es porque mamá estaba enferma y después se ha muerto. ¿Muerto? . La llevaron hace tres días...

La señora Aubry, que se había puesto a leer al lado del fuego, volviose de pronto y vio a su hija sentada en un rincón, con aire pensativo. ¿En qué piensas? le preguntó. No debes estar muy fatigada de tus conversaciones durante la tarde; apenas si has hablado. Es cierto, mamá, estoy preocupada. Hace algún tiempo que me apercibo de eso, hija mía dijo la señora Aubry con ternura.

Y el señor Aubry atraía hacia a Juan, con sus manos temblorosas. Escucha, voy a decirte el medio... ¡ah, ah! vas a quedar contento... escúchame... voy a darte el... ¡Ah, Dios mío!... Yo... ¿qué, qué? te daré... daré... mi querida hija... ¡, eso es!... ¡María Teresa a ti... a ti! trabajarás para ella, ... para que sea siempre feliz... ¿Juan, Juan? promete... promete...

Espero que la señora de Chanzelles y su mamá de usted, querrán permitirme que me presente en sus casas a mi regreso a París. El pesar que llevo por mi partida, sería demasiado cruel si no me acompañase la esperanza de volver a verlas pronto. Diana se sonreía todavía de esta galante declaración, cuando la señora Aubry de Chanzelles apareció en la terraza con su hija.

Mientras la casa no esté completamente a flote, yo renuncio a mis sueldos; con esto, usted asegura dos mil pesos de renta a su hija; la señora Aubry, haciendo economías en la casa, encontrará pronto los mil pesos restantes. Para formar el capital de sesenta mil pesos, yo traspaso al fondo social los sesenta mil pesos que usted me ha hecho ganar.

Hasta la noche María Teresa se ocupó en cuidar al señor Aubry, cuyo estado de fiebre y de debilidad continuaba siendo el mismo. La noche estaba muy adelantada cuando Juan llegó, con aire preocupado. Algunos minutos después, la señora Gardanne hacía decir a su sobrina que la esperaba abajo, en su coche. ¡Oh, cuánto me cuesta ir! exclamó María Teresa, y, sobre todo, dejarte sola aquí, mamá.

Durante la comida, Huberto hizo hábilmente algunas preguntas las cuales fueron contestadas evasivamente, pues en el fondo todos estaban más preocupados de la salud del señor Aubry que de su situación comercial.

Ella, que observaba con serenidad los acontecimientos, sintió de pronto llenarse su corazón de tal angustia, que se desplomó sobre un sillón, sollozando. El señor Aubry pasó muy agitado la noche, y el día siguiente no fue mejor. El médico, sin pronunciarse de un modo categórico, recomendó el reposo absoluto.