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Si deseaba retirarse al campo, no le atraía tan sólo la perspectiva de dar rienda suelta a instintos selváticos, de andar sin corbata, de no pagar tributo a la sociedad, sino que le solicitaban aficiones más delicadas, de origen moderno: el deseo de tener un jardín, de cultivar frutales, de hacer obras de albañilería, distracción que le embelesaba y que en el campo es más barata que en la ciudad.

He sido más afortunado que dijo Salvador, apartándole otra vez del fuego, que le atraía como a mariposa , porque yo hace tiempo que he olvidado todas las ofensas; hace tiempo que he cogido todos los rencores y arrancándolos de los he echado fuera, como se echa este papel al fuego. Salvador arrojó al fuego un papel que ardió instantáneamente con llamarada juguetona.

Ellas podían salir á la calle escoltadas por un kepis galoneado que atraía las miradas de los transeuntes y los saludos de los inferiores. Cada vez que doña Luisa, aterrada por los vaticinios de su hermana, pretendía comunicar su pavor á la hija, ésta se revolvía furiosa: ¡Mentiras de la tía!... Como su marido es alemán, todo lo ve á gusto de sus deseos.

La nevera nos atraía poderosamente con la solemne fascinacion de su hermosura, y la contemplábamos á la distancia de 1,500 metros con infinito encanto. Un guia nos condujo á pié hasta los primeros bancos de hielo.

Vio a su guía detenerse a la puerta. Una mujer fue a abrirle, y su viejo corazón brincó con una alegría desordenada al reconocer a la criatura que le atraía. ¡No estaba, pues, muerta! ¡Podría verla, hablarle y quizá volver a hacerle amable la vida! Su primer impulso fue lanzarse hacia ella; pero se contuvo. Estaba seguro de que no se mataría en presencia del criado.

Buscaba ante todo aquello que podía distraer a la joven para que se sintiese más interesada por la vida. Quizás aquel hombre tímido, como todos los hombres verdaderamente fuertes, evitaba explicarse a mismo el sentimiento nuevo que le atraía hacia ella. Temía verse preso entre dos deberes contrarios; no se podía ocultar que estaba ligado por toda la vida a la señora Chermidy.

D. Pedro cuenta tambien que se vió confusísimo en su corta edad de 15 años, y que por fin se determinó á decir al arzobispo que la aderezase, pero apenas tomó la corona le advirtió que no se la aderezase, pues él se la arreglaria. La coronacion era una festividad que atraia un numeroso concurso, pues con este motivo se celebraban cortes.

Un día, en Evian, la había acompañado a una capilla donde se celebraba una fiesta que atraía a los creyentes desde los lugares más lejanos, y él también había inclinado la descreída frente, lo mismo que todos aquellos seres humildes, pero no tanto para seguir el ejemplo de los fieles, como para ocultar el llanto que le cegaba.

Un día, en momentos de intimidad, bastó una caricia algo ruda de sus manos de luchador para despertar la furia de aquella mujer que atraía al hombre y lo odiaba al mismo tiempo. «¡Toma!» Y su diestra, cerrada y dura como una maza, dio un golpe de abajo arriba en la mandíbula del espada, con una seguridad que parecía obedecer a determinadas reglas de esgrima.

Las paredes las formaban un enrejado de bambú forrado de seda amarilla; el sol, pasando a través de ellas, proyectaba una luz sobrenatural de ópalo claro. En el centro, un diván de seda blanca, de una poesía de nube matutina, atraía como un lecho nupcial. En los rincones, en preciosos jarrones transparentes de la época de Yeng, alzábanse, con su esbeltez aristocrática, lirios escarlata del Japón.