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Lucía no estaba allí entonces. ¡Pobre Ana! Cuando ya iban pasando los últimos soldados, palideció, se le cubrió el rostro de sudor, cerró los ojos, y cayó sobre sus rodillas. La llevaron cargada para adentro, a volverle el sentido. Parecía una santa, vestida de blanco, con su cara amarilla.

Los criados, vestidos de frac, servían a los señores en trajes de campo o despechugados durante las calurosas tardes de verano. En Semana Santa y otras grandes fiestas de Sevilla, cuando ilustres aficionados de toda España se presentaban a saludar a los Cuarenta y cinco, la servidumbre iba de calzón corto y peluca blanca, con librea roja y amarilla.

Señor alcalde gritó una mujer amortajada entre una saya de estameña negra que le cubría el busto, y otra de bayeta amarilla ceñida á la cintura, yo quisiera que.... Usté se calla la boca mientras que yo no la pregunte, porque aquí no tienen voz las mujeres. Es que, canijo, yo tamién soy hija de Dios; y si se me murió el marido no fué por culpa mía. ¿Y qué se le ofrece á usté?

Si es pobre, el domingo y los días de grandes fiestas salen del fondo del arca las bien conservadas galas: mantón o pañolón de Manila, rica saya y mantilla para ella; y para el marido una camisa bordada con pájaros y flores, blanca como la nieve, un chaleco de terciopelo, una faja de seda encarnada o amarilla, un marsellé remendado, unos zahones con botoncillos de plata dobles y de muletilla, y unos botines prolijamente bordados de seda en el bien curtido becerro.

El de Junio sentíame enfermo y caí con la fiebre amarilla, cual otros tantos que en aquella temporada fueron víctimas del terrible tifus, con menos suerte que un servidor de ustedes, el cual escapó de las garras de la muerte, después de verse en estado tal que vislumbraba los horizontes del otro mundo. Yo estaba en la Isla.

A la raza morena, que viene después, y a la que pertenecen los egipcios, se le da una antigüedad de 15.000 años, naciendo por mejora de la raza negra. Sale luego a relucir la raza amarilla, cuyos representantes más ilustres son los chinos y japoneses. Su origen se pone 10.000 años hace.

Cada cual llevaba en la boca una enorme pipa de porcelana con pinturas, empatada en una caña negra ó amarilla de un pié de longitud y pendiente del labio inferior sin apoyo ninguno de la mano. En cuanto á las mujeres, sus fisonomías eran mas dulces y sus vestidos verdaderamente graciosos.

En realidad, no era gran cosa, pues andaba por el buque ligero de ropa, con el impudor de un hombre que ve mal y se considera más allá de las preocupaciones humanas. Una camisa con el faldón siempre flotante y unos pantalones de sucio algodón ó de bayeta amarilla, según las estaciones, eran su vestimenta.

Esta barranca se componia; de dos varas de arcilla cenagosa amarilla rojiza, un poco untuosa y en la que no vi resto alguno de cuerpos organizados; de una capa de seis varas de arena muy fina, frecuentemente entremezclada con arcilla y con arcilla hornaguera negruzca.

Se le hubiera creído un esqueleto animado de vida, pues se había pintado con tierra amarilla, una especie de ocre, sin duda, las costillas y los huesos. No iba armado; pero en la mano, pendiente de un bastón, llevaba un trozo de corteza de árbol, de un color y forma particular. Los chinos, al ver aquel extraño emblema, palidecieron, murmurando: ¡El wai-waiga!