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Aquí tiene usted mi comedia; ó, mejor dicho, «nuestra comedia». Muy bien; la leeré otra vez. Y suponiendo que le guste á usted mucho, ¿cuándo podrá representarse? La temporada próxima. ¡Un año perdido, ó dos... ó acaso tres!... Bueno, á la juventud, para la que toda la vida es porvenir, el tiempo no le importa.

Estamos en invierno, y ahora viaja poca gente. La gran temporada es en primavera, cuando, según dicen, entran los ingleses por Gibraltar. Van a la feria de Sevilla y vienen después a echar una vista a nuestra catedral. Además, la gente de Madrid sale con el buen tiempo, y aunque a regañadientes, afloja la mosca por ver los gigantones y la Campana Gorda. Da gusto entonces despachar papeletas.

La tía no había querido decir nada al padre, de lo ocurrido en los primeros días del mes, hallándose ella sufriendo del segundo ataque de reumatismo de la temporada, que la postró una semana entera: sucedió, pues, que entre dos y tres de la madrugada, ella en su lecho y con la lamparilla encendida, sin dormir, a causa de sus dolores, sintió que abrían la puerta de calle, cruzaban el patio y llamaban a los cristales de su cuarto.

La franqueza es una virtud cuando no se tienen otras, y la franqueza obligaba a Fortunata a declarar que en la primera temporada de anarquía moral se había divertido algo, olvidando sus penas como las olvidan los borrachos. Su éxito fue grande, y su falta de educación ayudaba a cegarla.

La tenacidad de estas resistencias, que preveía, pudo apreciarla al siguiente día, cuando misia Gregoria, contra su costumbre, la habló acremente de aquella larga conversación, que olía a temporada, con el renacuajo. ¿A qué tanto palique? ¿qué le había dicho? Si él se hizo el pegajoso, como mal educado que era, haberle plantado.

Una simple maniobra había derrotado al valiente Quiroga, y tantos horrores, tantas lágrimas derramadas para formar aquel ejército, habían terminado en dar a Facundo una temporada de jugarretas y algunos miles de prisioneros inútiles a Paz. Ricardo. Un cheval! Vite un cheval... Mon royaume pour un cheval!

El noble y excelente caballero D. Alvaro, viudo y con dos hijas gemelas que llevan por nombres los de las santas patronas de Sevilla, Justa y Rufina, viene a Cascotes a pasar la temporada de verano y a fin de reponer su muy quebrantada salud. Justa tiene por novio a un primo suyo llamado Paco Góngora, de quien está ella profundamente enamorada.

La marquesa de Aransis, viuda desde el 54, vivía de asiento en París, en Londres durante la temporada o season, parte del verano en un puerto de Bretaña, y algunos inviernos solía venir a España para templar su salud, no muy buena, en el clima de Córdoba, donde tenía casa y posesiones. En Madrid no estaba sino cuatro o cinco días, de paso para Córdoba o Granada.

, era mejor guardar, de Julio, esta idea pura, despojada de su realidad, apartada de la vida en que toda cosa ideal se anula. La realidad era su novio, Ricardo Muñoz. Se habían comprometido durante la última temporada en las sierras de Córdoba y ella estaba segura de no quererle.

Pensó con cierto terror en el suplicio de las botas y el tormento del cuello de la camisa, después de su larga temporada de campestre libertad; pero quería salir de la isla lo mismo que había venido a ella.