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La marquesa de Aransis, viuda desde el 54, vivía de asiento en París, en Londres durante la temporada o season, parte del verano en un puerto de Bretaña, y algunos inviernos solía venir a España para templar su salud, no muy buena, en el clima de Córdoba, donde tenía casa y posesiones. En Madrid no estaba sino cuatro o cinco días, de paso para Córdoba o Granada.

Escriben algunos autores que don Fernando el Católico solía decir: los veranos se han de tener en Sevilla y los inviernos en Burgos; y es de suponer que esto sólo lo diría, en lo que respecta á nuestra ciudad, refiriéndose á las comodidades de las antiguas casas con sus patios, sus fuentes y sus pisos bajos, porque en otro respecto no creemos que dijera ninguna gran cosa su alteza.

Apenas contaba doce años Beatriz de Sardonne, cuando ya paró mientes en la acogida excepcionalmente favorable que en su familia y sociedad se hiciera a cierto joven vecino del campo que pasaba en París los inviernos.

Osténtase en esa región un inmenso ventisquero mucho más extenso que el nuestro, y poca tierra. La porción de ésta que se ha visto ó creído ver deja en la duda si serán playas variables, una simple faja de hielos continuos y acumulados. Todo cambia allí al compás de los inviernos.

No hay otro paso para llegar á él que á través de los pavorosos desfiladeros que abre el hielo, cierra y cambia todos los inviernos, como si quisiese impedir nuevas visitas importunas. Por lo que toca á las ballenas, créese que pasan por debajo los hielos, del uno al otro mar, por la vía tenebrosa. Viaje temerario.

Un comerciante de licores de Londres propúsose adelantar al Imperio británico, y, al efecto, dió cien mil francos á Ross, con los cuales armó otra expedición y volvió al polo, resuelto á pasar ó á morir. ¡Ninguna de estas dos cosas pudo lograr! Empero se estuvo no cuántos inviernos, ignorado, olvidado en medio de tan terribles soledades.

Ella la había defendido cuando las otras mujeres del gran mundo, cediendo al instinto de conservación, le hacían la guerra y le cerraban la entrada de sus casas, temiendo por la fidelidad de sus maridos. Como jugaba en Monte-Carlo todos los inviernos, había acompañado á la princesa hasta sus últimos instantes. Me quería más que mi madre... Tal vez se acordaba de que pude ser su hija.

Un concierto al aire libre atraía enorme concurrencia. No era fácil que Martínez y la otra se exhibiesen ante esta muchedumbre. Se imaginó vivir en los tiempos de paz; haber retrocedido á uno de aquellos inviernos privilegiados que empujaban hacia la Costa Azul á los ricos del planeta. Las dos terrazas estaban llenas de gente de buen aspecto.

El viejo duque y el unigénito, adolescente de veintiún años, pasaban los inviernos en Madrid, ciudad que ella aborrecía, sobre todo por el sol. Le gustaban los cielos grises y la luz cernida.

El frío de dos inviernos crudos, pasados casi sin calefacción, y el exceso de trabajo, acabaron con mi salud, y por consejo de los médicos me trasladé á la Costa Azul. No por tal cambio de ambiente dejé de trabajar. Como en París escaseaba el combustible, fuí en busca del calor del sol que nunca falta á orillas del Mediterráneo. Esto fué todo. Me instalé en Niza, por unas semanas nada más.