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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Sólo así podía comprender que lo hubiesen enviado á aquel Museo de Mónaco, enorme y blanco como una catedral, cuyas salas había visitado una sola vez, con un respeto que le impedía volver. Cuando el profesor iba de tarde en tarde á Monte-Carlo, encontrándose en el Casino con don Marcos, éste lo presentaba á sus amigos como una celebridad nacional.
Muchos de los que frecuentan el Casino de Monte-Carlo señalan á un gran señor de origen ruso, y afirman que es el príncipe Lubimoff de LOS ENEMIGOS DE LA MUJER. En un cementerio que existe junto al camino de Monte-Carlo á La Turbie, muestran la tumba de la duquesa Alicia.
El viejo pastor de los Alpes que después de sesenta años aún no ha salido de su asombro ante el Monte-Carlo surgido á sus pies, en una meseta antiguamente desierta, lo verá crecer todavía con nuevos palacios, con nuevas torres, ensanchando su opulencia como una ciudad de ensueño. El paso de la muerte ha aguzado la voluntad de vivir.
Tal vez iba á Mónaco; tal vez su hombre de ciencia la aguardaba en alguna callejuela de Monte-Carlo. La duquesa se fué á la fábrica dijo sonriendo . Debe estar ya en pleno trabajo. El Casino era «la fábrica» para los jugadores, y llamaban de buena fe «trabajar» á sus angustias y cabildeos en torno de las mesas.
Novoa, al decir esto, señalaba la masa del Casino irguiendo sus cúpulas y torrecillas policromas sobre la meseta de Monte-Carlo.
Sin duda por esto la habían expedido á las pocas semanas otra vez á la Costa Azul, para que prestase sus servicios en un hospital más tranquilo que las ambulancias del frente. Toledo no la había visto. Vivía en las inmediaciones de Monte-Carlo sin que él lo sospechase. La primera noticia que tuvo de ella fué la de su muerte; una muerte que deja pensativo al coronel siempre que la recuerda.
Almendras tostadas y patatas fritas al vapor eran todas las delicadezas gastronómicas que podían ofrecer con motivo de la guerra en este lugar visitado por los ricos. El público le inspiraba las mismas reflexiones tristes. Había gente, pero muy poca comparada con la que acudía á Monte-Carlo años antes.
Semejante al antiguo Foro de Roma, punto de convergencia de las rutas del mundo entero, este salón atraía á las gentes desocupadas del planeta. Soñaban todos con poder ir alguna vez á arrostrar una moneda en la gran casa de juego mediterránea. El hombre de otros continentes, al desembarcar en el viejo mundo, inscribía Monte-Carlo en su itinerario de viaje.
Se lanzó el carruaje montaña arriba, por un camino de violentos zigzags. Al final de cada ángulo se mostraba Monte-Carlo, más hundido, más pequeño, como una ciudad de caja de juguetes, con los tejados rojos y muchas hormigas siguiendo el hilo de sus calles para aglomerarse en la plaza.
Luego añadió, con una imploración graciosa: Llévame á cualquier parte, adonde se te ocurra. Paseemos lejos de aquí... ¿Dónde podremos ir? El príncipe mostró la misma indecisión. Se movían siempre en el mismo círculo, desde sus casas al centro de Monte-Carlo, al Casino, y quedaban como desorientados al pretender ir más allá.
Palabra del Dia
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