Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 10 de mayo de 2025


Ella la había defendido cuando las otras mujeres del gran mundo, cediendo al instinto de conservación, le hacían la guerra y le cerraban la entrada de sus casas, temiendo por la fidelidad de sus maridos. Como jugaba en Monte-Carlo todos los inviernos, había acompañado á la princesa hasta sus últimos instantes. Me quería más que mi madre... Tal vez se acordaba de que pude ser su hija.

Las dos y media.... Se contempló de pies á cabeza en un espejo: traje gris obscuro, zapatos amarillos, un fieltro blanco de anchas alas echado sobre los ojos para evitar el sol. Nadie había visto así al príncipe. De lejos podían confundirle con un viajero de los que visitan de pasada la Costa Azul y vienen á conocer una tarde la ruleta de Monte-Carlo, marchándose en seguida. Las tres.

Nunca había apreciado, como ahora, la frivolidad y el mal gusto de este palacio, que era el corazón de Mónaco. Si el «monumento de confitería» frase de Castro cerraba sus puertas, todo Monte-Carlo quedaría en una soledad de muerte, lo mismo que esas ciudades que fueron puertos en otros siglos y ahora duermen, despobladas, lejos del mar que se retiró.

Luego de dar conciertos en las grandes capitales de Europa y América del Sur, se había quedado en Monte-Carlo, con una inmovilidad que él atribuía á la guerra y don Marcos achacaba á su afición al juego. El príncipe le conocía por haberle llevado á bordo de su gran yate Gaviota II, en un viaje alrededor de la tierra, formando parte de su orquesta.

Soy yo quien viene siempre á buscarte: no te dignas visitar mi casa. ¡Como soy pobre!... Al recordar esta protesta humilde, el príncipe no vaciló más. Y volviendo la espalda al Casino, empezó á subir las calles en pendiente hacia el límite fronterizo que separa Monte-Carlo de Beausoleil; calles que ostentan nombres primaverales: de las Rosas, de los Claveles, de las Violetas, de las Orquídeas.

Al quedar solo el príncipe, se borran poco á poco de sus ojos el vaso que tiene delante, las mesas inmediatas, el gentío sentado en torno del «queso». Su visión se contrae y se hunde, para contemplar otras imágenes que guarda su memoria. Llegó en la mañana á Monte-Carlo. Sólo van transcurridas unas horas, ¡y ha visto tanto!...

Continuaba riendo de su propio comentario, sin ninguna intención oculta. El secreto de Alicia sólo él podía conocerlo. Aún dieron varios paseos entre los cañones y los árboles. De pronto, empezaron á sonar las campanas de las iglesias y conventos de Mónaco, conversando, á través del éter cargado de luz, con las del fronterizo Monte-Carlo. Las doce. Novoa se inquietó.

Es un vestido de hace dos años; está tan viejo, que se rompe con solo mirarlo... Inconvenientes de pasear con una pobre. Después la preocupó este rasguño tan visible. Iba á entrar en Monte-Carlo, á pie ó en tranvía; ¡qué dirían viéndola en tal estado! Un alfiler; ¿tienes un alfiler?

Apenas instalado en Monte-Carlo, vi con mis ojos de novelista un mundo anormal que vivía al margen de la guerra, queriendo ignorarla, para mantener tranquilo su egoísmo.

Toda la servidumbre masculina estaba movilizada: unos en el ejército francés, otros en el italiano. Al día siguiente de su llegada, maquinalmente había pedido el automóvil para ir á Monte-Carlo. No le faltaban vehículos. Tres de las mejores marcas estaban como olvidados en su garage.

Palabra del Dia

commiserit

Otros Mirando