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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Hasta le atribuyen amores con personas que no ha visto nunca, lo mismo que hacen conmigo... Me han dicho que en los últimos años se exhibía con un muchachito, casi un niño... ¡Ay! ¡Nos hacemos viejos! Yo los he visto en París dijo Castro ; fué antes de la guerra. Luego, en Monte-Carlo, la he encontrado siempre sola, sin divisar á su jovenzuelo por ninguna parte.
Las calles de Niza estaban repletas de forasteros como en los años de paz, cuando se celebraban las fiestas de Carnaval. Monte-Carlo veía aumentar considerablemente su público y se abrían nuevas salas en el Casino.
Lubimoff, antes de marcharse al frente, se había ocupado de la suerte de su «chambelán», asegurándole una pensión de diez mil francos al año y enviando además cierta cantidad para que comprase una casa. Ya que deseaba morir en Monte-Carlo, debía tener su pequeña Villa-Sirena. Al poco tiempo de jardinear en su propiedad, viendo abajo la plaza del Casino, Toledo fué en busca de Novoa.
Escogió además un traje que no había llevado nunca en Monte-Carlo, un sombrero nuevo, una corbata «discreta». Recordaba los miedos de ella, sus súplicas para que se deslizase inadvertido. Mientras hacía todo esto, un sentimiento de zozobra, de desconfianza en sí mismo, empezó á agitarle.
Ha crecido tanto este Monte-Carlo, que se extiende de una punta á otra del principado: todo el suelo nacional está bajo techo, y cada año se desborda fuera de las fronteras. En territorio francés se llama Beausoleil.
En los Estados Unidos, un rey de no sé qué artículo daba cien mil dólares por una silla, para seguir de cerca mi juego irresistible. Jamás se pagó tanto por ver los pelos de un concertista ó los brillantes de una tiple. ¿Y Monte-Carlo? preguntó Novoa, interesado por estos delirios del jugador. A él llegamos. Lo había guardado para el final, pensando en el dinero que dejé aquí.
El cañoneo de París y los ataques de los gothas mantenían en Monte-Carlo á muchas damas elegantes que en otro tiempo hubiesen considerado perdido su honor al permanecer en esta ribera calurosa pasado el invierno. Faltaban sillas; gran parte del público estaba sentado en las balaustradas y las escalinatas.
El tiene por indudable que el príncipe va á entrar en el Casino. ¿A qué otro lugar puede ir una persona decente en Monte-Carlo?... Pasa una rápida mirada por su uniforme, admira su rudo aspecto de soldado. He sabido las hazañas de Su Alteza; le preguntaba siempre al coronel... ¡Un héroe! Lubimoff no tiene tiempo para repeler estos elogios. Spadoni pasa á ocuparse de algo más interesante.
Media hora le bastaba para ganar el sueldo de un mes. Una tarde había llegado á reunir tres mil francos: más de medio año de trabajo en la cátedra y el laboratorio.... Monte-Carlo le parecía un país interesante y la vida en él un descanso plácido, que resaltaba sobre la monotonía parda y laboriosa de su existencia anterior.
Evoca una visión reciente: su llegada á Monte-Carlo después de haber vivido mucho tiempo en un hospital. Al bajar del tren, Toledo examina con emoción el brazo mecánico que disimula imperfectamente el brazo amputado. Ha sufrido varios meses las consecuencias de una herida fatal y estúpida, recibida sin gloria pocos días antes del armisticio.
Palabra del Dia
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