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El biógrafo, que no participaba de la antipatía del cura por mi héroe, hacía sin ninguna restricción el elogio de su belleza, de su valor, de su espíritu caballeresco y de la inteligente protección que diera a las letras y a las artes.

Petulancia, sentimentalismo, vanidad, tristeza, todo esto se fundía en mi alma, haciéndome creer unas veces que era un héroe y otras un desdichado. Mis penas procedían de Dolores. Yo hubiera querido identificarme con ella, saber sus pensamientos más íntimos, penetrar en su alma. Sueño irrealizable. Siempre había en ella una reserva, un temor de dejar su espíritu al descubierto.

El Capellanet, que había escuchado estos relatos, sentía por el verro un respeto admirativo. Describía las particularidades de su persona con la prolijidad del que se siente enamorado de un héroe. No era alto ni fuerte como el señor; pero era ágil, nadie le ganaba en el baile, y podía danzar horas enteras, hasta rendir a todas las muchachas de la parroquia.

Cuando Carlos supo que Martín estaba solamente herido en un brazo y que se paseaba vendado por el pueblo siendo el héroe, se sintió furioso, pero por si acaso, no se atrevió a salir a la calle.

Si tras de lo uno ha de venir lo otro, que se queden ambos allá. Por mi parte, renuncio á ese legado de una civilizacion falsa y ruin, una civilizacion que merece este nombre, como merece el bandolero la calificacion de héroe. Venga el canto; venga la bella arte; vengan la moralidad y la instruccion de una cultura poderosa; la cultura del sentimiento; que no venga la infamia.

Se metió las cartas en el bolsillo, cerró la caja y salió de la habitación. Á veinte pasos de él, Roussel hecho como siempre un héroe de madrigal, completaba la conquista de las mujeres, jóvenes y viejas, cuya seducción se había propuesto hacer. En su alegría, hubiera seguido la misma conducta hasta con Clementina.

Al decir esto, Cordero le miró atentamente, por sorprender en su cara el efecto que aquella declaración le causaba; pero la cara del jesuita no expresó nada. Era una cara de palo. Llevaremos el susto con paciencia dijo el Padre Gracián, ofreciendo al héroe un polvo, que por no ser de Manresa, aceptó gustoso D. Benigno.

Prometeo está encadenado a la roca, y en torno de él, chapoteando las olas, las clementes oceánidas, las ninfas del mar, se apiadan del suplicio del héroe. «¿Qué has hecho, desgraciado, para que así te castiguen los dioses?» «He enseñado a los mortales a que no piensen en la muerte» contesta Prometeo. «¿Y cómo lo conseguiste?» «Les he hecho conocer la ciega esperanza».

Eran inútiles los consuelos de la niña. ¡Cualquier día olvidaba él a su protector, al que le había sacado de la miseria! Aquel golpe era de los de prueba: únicamente podía compararse al dolor que le produciría la muerte de su héroe don Fernando.

Ellos me la retratan bella y pura como la flor al despuntar la aurora... ¡Sarcasmo horrendo! ¡Bárbara impostura! ¿Dónde estará la pobre pecadora? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Gloria, poder, serena paz del alma, tambien con su pureza habeis huido, y del mártir y el héroe la palma por siempre con vosotras he perdido.