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Defendía el joven Rubín los principios fundamentales de toda sociedad con un ardor y una serena convicción que eran el asombro de cuantos le oían. No se alteraba como el otro; argumentaba con frialdad, y sus nervios, absolutamente pacíficos, dejaban a la razón desenvolverse con libertad y holgura.

La infeliz se abanicaba, fingiendo poco interés en el asunto, y hacía esfuerzos para aparecer serena y ahuyentar de sus mejillas el borbotón de sangre. «Bueno... pues ahora, Refugio, vamos a hablar de otra cosa. Yo he venido a pedirte un favor». ¿Un favor? dijo la otra con vivísima curiosidad.

Con el placer con que acojes en serena noche las quejas de FILOMENA, así serán gratas para mis razones, padre mío. Las nueve Hermanas y yo leímos en los jardines del Parnaso ese libro de que habla la sabia MINERVA. Su estilo festivo y su acento agradable suenan á mis oidos cual la sonora fuente que brota en la entrada de mi gruta umbría.

Verdad que el espíritu humano puede embellecerse al contacto de toda realidad cuando arroja sobre ella una mirada serena; pero no es menos cierto que, á más de este elemento puramente subjetivo, hay en la producción de la belleza otro elemento objetivo que determina su valor y su fuerza.

Por la ventana abierta entraba la luz tenue de una noche serena. Seguía el cañoneo, prolongándose el combate en la obscuridad. Al pie del castillo entonaban los soldados un cántico lento y melódico que parecía un salmo.

De este matrimonio nació el Tuerto de la buhardilla, quien al lado de su padre aprendió á tirar del remo, á aparejar sereña, á ser, en fin, un buen pescador.

Las mujeres del pueblo se santiguaban al verla pasar y pronunciaban comentarios en alta voz para que los oyese la interesada. ¡Mujer, mira por tu vida a la Serena qué gabarra lleva sobre la cabeza! Porque hay que advertir que a la madre de doña Paula la llamaban la Serena, y a la abuela y a la bisabuela también.

220 Y dicen que dende entonces, cuando es la noche serena suele verse una luz mala como de alma que anda en pena. 221 Yo tengo intención a veces, para que no pene tanto, de sacar de allí los güesos y echarlos al camposanto. VIII El ser gaucho es un delito.

Y mirome a la cara con esa franca y serena mirada de sus espléndidos ojos, en los cuales se reflejaba una expresión llena de asombro, casi como los de una criatura. Su carácter era extrañamente complejo.

Sin duda ya era tarde, pero aunque no pudiera seguir amándole, debemos creer que habría vivido ciertamente tranquila, si no serena. Fuera de eso, no existía el bien para ella.