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Que no tiene ahora una seda tan doble en ese color, pero que si la señora quiere enviará por ella. ¡Puf! Para ese viaje no necesitamos alforjas.... ¿Y en La Perfección? , señora. Que el sábado enviarán los gorros. ¿Has preguntado cómo seguía el padre Miguel? No he tenido tiempo.... ¡Está tan lejos!... ¿Cómo lejos? ¿Pues no has ido en coche?

Lo primero que vió al salir del pabellón fué la bandera de la Cruz Roja que seguía ondeando en lo alto del castillo. Ya no había camillas debajo de los árboles. En el puente encontró varios sanitarios y uno de los médicos. El hospital se había marchado con todos los heridos transportables. Sólo quedaban en el edificio, bajo la vigilancia de una sección, los más graves, los que no podían moverse.

¡La que tiene una mano tal...! dijo para Montiño. Y acarició con deleite en su imaginación el resto de un pensamiento. Asido por la dama, seguía subiendo. Terminada la escalera, atravesaron un espacio que debía ser estrecho, porque el traje de la dama, ancho y largo, chocaba con las paredes. La dama se detuvo y abrió con llave una puerta. Pasaron y la dama tornó á cerrar. Y siguieron adelante.

Iba más triste que la medianoche. Este pobre Canelo que usted ve aquí era entonces un cachorrillo, y me siguió más de cuatro leguas, hasta que tuve que pegarle para que se volviese; pero después de pegarle, todavía me seguía de lejos. Entonces hice que lo atasen y lo llevasen á Vegalora. En mi casa no podían mantenerlo: se lo dejé á un amigo panadero que tengo en la villa.

Pocas veces se había visto una pasión más viva, más frenética que la que esta señora sentía por su hijo. Para ella seguía siendo el mismo niño que arrullaba en la cuna, consolándose de la muerte repentina de su esposo. Decíase burlando entre los veraneantes que seguía acostándole calentándole previamente la cama y haciéndole repetir su oración al santo ángel de la guarda.

A corta distancia les seguía un carruaje y a pocos pasos les precedían un niño y un lacayo: el primero lujosamente vestido, y el segundo ocupado en ir cortando los tallos y la hojarasca de una vara para que el chiquitín jugase. De pronto, Sacramento, preguntó a su hermana: Pero mujer, ¿qué tienes? ¡Parece que vas tonta!

Emma rabiaba, azotaba el aire; y aumentaba su cólera porque no podía explicar a las muchachas, decorosamente, los argumentos con que todavía seguía oponiéndose a la sentencia facultativa.

Era un perro de lana; habia entrado sin duda en la cocina, alguna chispa habia saltado de los hornillos, la lana habia prendido fuego, y el pobre animal salia á la calle medio ardiendo y chillando de un modo horrible. El amo le seguia, llevando en la mano derecha un baston ó cosa semejante.

Por todos estos caprichos pasaba el otro, con tal de ver a Enriqueta sonriente. Estas continuas confidencias hacían penetrar lentamente a Luis en la vida de su mujer; seguía de lejos el curso de su enfermedad y no pasaba día sin que mentalmente se rozase con aquel ser, del que se había apartado para siempre. Una tarde se presentó el cura con desusada energía.

Mientras la señora Princetot hablaba con su hijo y arrojaba en su pecho la mala semilla de los celos, el inspector general, conmovido lo mismo que un muchacho que acude a su cita primera, seguía a buen paso el camino de Rosalinda.