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Por esto no han de extrañar los Médicos, ni los Filósofos, ni los Letrados, que un Autor solo pretenda prevalecer sobre muchos, quando son sólidas y firmes las razones con que intenta combatirlos.

No tenía a nadie; estaba mal cuidado, y para colmo de infortunio caí en manos de médicos desaprensivos. Cuando pude levantarme me fui a Valencia.

El señor Macey consideró esta interpretación como un absurdo, visto que la ley no podía tener más diferencias con los médicos que con las demás personas. Agregó que si estaba en la naturaleza de los médicos el desear menos que los demás mortales el ser constable, ¿cómo era que el señor Dowlas deseaba tanto proceder en aquella calidad?

Aquel libro buceaba en la conciencia humana ávido de espectáculos repugnantes, y al hallarlos se deleitaba en su análisis, como larva de corrupción que se revuelca entre la podre: mal disfrazado, con frases piadosas y tecnicismos médicos, cuanto en él había era perversión de lujuria.

¿Quieres que te saque al patio a jugar con tus hermanitos? le decía. No, mamá contestaba Lita, preguntando al rato: Mamá, ¿las hadas pueden lo que los médicos no pueden? La mamá miraba a Lita como si fuera a llorar, y le decía, besándola en los ojos y bañándole la carita con sus lágrimas: Dios puede todo lo que quiere, mi hijita del alma... ¿Por qué me preguntas eso? Por nada, mamá.

Gracias a él había rescatado ya, poco a poco, una gran parte de ella. El resto no le apuraba. Sabía que Da. Carmen tenía hecho testamento a favor de su hijastra, y aunque esta señora había mejorado un poco, era segura su muerte en plazo breve. Los médicos habían descubierto en ella un tumor. No se atrevían a operarla a causa de su extremada debilidad.

Otro de los médicos se acercó al oído de mi tío y le hizo una pregunta. ¡Pfs!... hace muchos años, señor, desde soltero dijo éste dejando errar por sus labios una melancólica sonrisa si nunca hemos tenido hijos, y usted sabe que... el doctor Brown me decía que sin embargo era posible y que...

Ahora pensó ahora necesitaré casa, cama, la mar de médicos y cirujanos, modista, mucha comida, un buen fuego... y nada tengo. Pero como estaba tan fatigado, recostó la cabeza sobre el cuerpo de su ídolo, y se durmió como un ángel.

Los médicos me dicen que coma carne. Como carne y me pongo peor. Ea, ya estoy como un muelle de reloj... Si usted me da su permiso me retiro... Hombre, no, descanse usted. Eso se le pasará. ¿Quiere usted un vaso de agua? Jacinta sintió que no le dejase marchar, porque la idea de que el hombre aquel iba a caer allí con una pataleta le inspiraba repugnancia y miedo.

También le hicimos creer que la baba del conejo era venenosa, y consultó cuatro médicos y se cauterizó un brazo. Se le daban las bromas más extraordinarias que usted pueda figurarse. Era poco valiente, como usted sabe, pero pundonoroso. Armábamos una camorra por cualquier tontería. Uno de nosotros se fingía agraviado. Los demás acalorábamos la disputa. No había más remedio que batirse.