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Huberto aprovechó el momento para acercarse a ella y murmurar: No he podido conversar con usted; ¿cuándo volveré a verla? ¿Puedo venir antes del miércoles próximo? María Teresa lo miraba. ¡Qué elegante era, qué seductor!

A ningun lado miraba Que descubra un solo amigo, Que todo el pueblo enemigo Entorno le rodeaba. Con voluntad tan dañada Procuran su pena y lloro, Que se tuvo por mal moro, Quien no le dió bofetada. A la marina llegaron Con la victima inocente, Do con barbaria insolente A una ancora le ligaron.

Embárcanse en canoas los soldados, Y al tiempo del pasar andaba brava La mar, que allí desagua los hados, Y el crudo vendabal que resoplaba, Se juntan, y al pasar son anegados Delante Juan Ortiz, que los miraba, Seis hombres; y mas que estos, se ahogáran, Si los indios socorro no prestáran.

Yo la miraba de vez en cuando con curiosidad no exenta de rencor. Ella me pagaba con una mirada franca y risueña donde aún ardía un poco de burla. Es necesario que usted se mude pronto; la humedad en los pies es muy mala me dijo la madre con interés. ¡Phs! Hasta la noche no me mudaré.

Había gozado con delicia el pequeño incidente que puso la modestia de Juan a tan ruda como grata prueba. ¡El abate quería tanto a su ahijado! El más tierno de los padres no amó nunca tanto al más querido de sus hijos. Cuando el anciano cura miraba al joven oficial, muchas veces se decía: El Cielo me ha colmado de bendiciones: soy sacerdote y tengo un hijo.

Así es, que, cuando miraba yo mi espíritu por el lado de mi profundo dolor de viuda, veía lúgubre y tristísima noche; pero, al mismo tiempo, por el lado contrario, empezaba a clarear, como cuando por el Oriente nace el alba, y hasta pensaba oír yo el leve susurro del viento matutino y allá más lejos el melodioso canto de los pájaros.

Miraba de frente al joven con sus grandes ojos verdes, luminosos y burlones, con tal franqueza, que Rafael inclinó la frente tartamudeando. No se casaría usted, y haría muy bien. ¡Como que resultaría una solemne barbaridad! Yo no soy de las mujeres que sirven para eso. Muchos me lo han propuesto en mi vida, acreditándose con ello de imbéciles.

Una me veía de arriba abajo con aires de satisfacción maternal. La doncella, desde la puerta del corredor, donde los pajarillos cantaban alegremente, me miraba con interés. Cuando yo volvía el rostro, ella fingía componer una planta que lucía en el pretil hermosos ramilletes de encendida, flores. Ya en la puerta me gritó tía Pepa: ¿A qué hora vuelves? Te esperamos a comer.

La purísima hostia, con no tener cara, miraba cual si tuviera ojos... y la sacrílega, al llegar bajo el coro, empezaba a sentir miedo de aquella mirada. «No, no te suelto, ya no vuelves allí... ¡A casa con tu mamá...! ¿? ¿Verdad que el niño no llora y quiere ir con su mamá?...». Diciendo esto, atrevíase a agasajar contra su pecho la sagrada forma.

Más abajo se divisa el tercer piso de la casa; bajando más la vista, el segundo, y, por fin el principal. En éste hay un cierro de cristales con flores, pájaros y ...¡otra cosa! Alejo miraba continuamente la otra cosa, que contenía el cierro. ¿Diremos lo que era? Pues era una dama.