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Comió poco y solo, como todos los días de corrida, y cuando comenzó a vestirse desaparecieron las mujeres. ¡Ay, cómo odiaban ellas los trajes luminosos guardados cuidadosamente en fundas de tela, vistosas herramientas con que se había fabricado el bienestar de la familia!... La despedida fue, como otras veces, desconcertante y anonadadora para Gallardo.

Ojos negros, luminosos, húmedos; nariz delgada, fina, correctísima; boca agraciada; mejillas en las cuales se dibujaban apenas lindos hoyuelos, que más acentuados, al reir la joven, serían encantadores. ¡Buen cantante! díjele, mirando al pajarillo. Le molestaría un poco. Desde muy temprano se suelta cantando. A veces, agregó, haciendo un mohín risueño, ¡está insufrible!

La hilandera, que en sus noches pavorosas tanto había deseado la llegada de la primavera, vio con inquietud desarrollarse los crepúsculos largos y luminosos. Ahora se reunía con su novio en pleno día, y nunca faltaban en el camino compañeras de la fábrica ó mujeres del vecindario, que al verles juntos sonreían maliciosamente adivinándolo todo.

Nada de romanticismo, ¿eh, Rafaelito?... Si quiere usted que sigamos amigos, sea con la condición de que me trate como a un hombre. Camaradas y nada más. Y mirándole con sus ojos verdes, luminosos, diabólicos, se sentaba al piano y comenzaba uno de aquellos cantos ideales, como si quisiera con la magia del arte levantar una barrera entre los dos.

Miraba de frente al joven con sus grandes ojos verdes, luminosos y burlones, con tal franqueza, que Rafael inclinó la frente tartamudeando. No se casaría usted, y haría muy bien. ¡Como que resultaría una solemne barbaridad! Yo no soy de las mujeres que sirven para eso. Muchos me lo han propuesto en mi vida, acreditándose con ello de imbéciles.

Le parecía ver a través de una nube del cálido vapor de la emoción los ojos verdes, grandes, luminosos, la nariz graciosa, de alillas palpitantes y rosadas, y aquel cabello rubio que caía sobre la tez blanca, con transparencias de nácar, surcada de venas débilmente azules. Era un perfil de hermosura moderna, graciosa y picante.

Se vió en un remolcador que danzaba sobre las ondulaciones del mar, frente al muro negro é inmóvil del trasatlántico, acribillado de redondeles luminosos y con los balconajes de las cubiertas repletos de gente que saludaba agitando pañuelos.

Sobre todo en este mundo se puede mandar; sobre la tierra oscura que pisamos, sobre los abismos recónditos del Océano, sobre los senos luminosos del aire, menos sobre nuestros propios sentimientos. Vino usted después, y sonó la hora de mi vida y de mi muerte.

Más allá de estos corros femeninos en torno de las mesas de , media docena de músicos, uniformados lo mismo que los camareros, agrupábanse sobre una tarima, alrededor de un piano de cola. Sus cabezas rubias de germanos y los arcos de sus violines destacábanse sobre los rectángulos luminosos de cuatro ventanas que cerraban la perspectiva.

¡Es Rafael! exclamó admirada, Rafaelito... ¿y has venido con este tiempo? ¿Y si te ahogas? ¿qué diría tu madre?... ¡Qué locura, Señor! Pero no era locura, y si lo era resultaba muy dulce. Se lo decían a Rafael aquellos ojos claros, luminosos, con reflejos de oro, que le acariciaron con su contacto aterciopelado tantas veces como osó levantar la vista.