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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Mira, hija, mejor es no tocar este asunto, porque me sublevo, y me alboroto y sería capaz de hacer una barbaridad o decir un desatino; todo lo que puedo decirte es que mi señor hermano es una buena pieza, un peine muy fino, que no merece tener por hija esta santa Susana, que yo conozco, quiero y admiro. Muy nervioso, empaquetaba la ropa, dispuesto a marcharse ya.

No, señor declaró Lucía ofendida ; le entiendo a usted muy bien, y en prueba de ello voy a adivinar eso que se calló. ¡Verá usted que ! gritó, cuando Artegui hubo meneado sonriendo la cabeza . Usted se aburrió menos en esa temporada en que fue médico de afición; pero en cambio... con ver tanto muerto, y tanta sangre, y tanta barbaridad, aún se volvió usted más... más judío que antes. ¿No es así? ¿Di o no di en ello?

¡Qué barbaridad! ¡Ya no puedo tomar más! dijo Ricardo poniendo en el suelo un vaso con un poco de leche. Ni yo tampoco: he tomado demasiada. A sáqueme otro vaso, Águeda.

Usted no lo conocerá; pero el que V. no lo conozca, no prueba nada... Digo, que Grotte, que es el médico de más reputación que existe en Alemania, y que ha escrito infinidad de libros, afirma terminantemente que una mujer puede concebir de un mono, y hasta de un perro... ¡Jesús, qué barbaridad! ¡No estará mal mono sabio ese señor Grotte!

¡Ca! Cualquiera de la partida del Cura que te vea te denuncia. No está ninguno en España. La mayoría andan por Buenos Aires. Algunos los tienes por aquí, por Francia, trabajando. No importa, es una barbaridad lo que quieres, hacer. ¡Hombre! Yo no obligo a nadie a que venga conmigo dijo Martín.

El tío Traga-santos, viendo que su manifiesto, lejos de hacer entrar en razón á aquellos á quienes se dirigía, los había irritado hasta el punto de que se temía de ellos alguna barbaridad, acudió al Párroco en demanda de consejo.

No respondió ésta con acento de sinceridad, encogiéndose de hombros. De seguro Cobo ha dicho una barbaridad. Se lo preguntaré después a Julia que no dejará de haberla cogido. Volvieron ambas la vista hacia la mayor de Alcudia y la vieron inmóvil, rígida, con los ojos bajos como siempre.

¡Qué barbaridad! exclamó asustado, abriendo los ojos desmesuradamente. La dama le miró algunos segundos fijamente, con expresión escrutadora, maliciosa. Luego, soltando una sonora carcajada, exclamó: ¿Lo ves, infeliz, lo ves?... eres un señorito madrileño, un socio del Club de los Salvajes.... Ni yo, ni mujer ninguna te harían cambiar el frac y el chaleco blanco por el uniforme de presidiario.

Pero mucho mas tirano se mostró, viendo dentro del convento á D. José Isasa, que por huir de la persecucion, habia saltado por las tapias del corral, al que tambien hizo salir en medio del dia, exponiéndole con barbaridad á que fuese recibido entre los garrotes, lanzas y hondas de sus enemigos.

«¡Qué bueno es el Señor pensaba Isidora delante de la Hostia , que me allana mi camino y me manifiesta su protección, desde el primer paso que doy para lograr mi puesto verdadero...! No podía ser de otra manera, porque lo justo justo es, y Dios no puede querer cosas injustas, y si yo no fuera ante el mundo lo que debo ser, o mejor dicho, lo que soy ante , resultaría una injusticia, una barbaridad...».

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