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Doña Águeda agradecía este triunfo como Fidias pudiera haber agradecido la admiración que el mundo tributó a su Minerva. ¡Es una estatua griega! había dicho la marquesa de Vegallana, que se figuraba las estatuas griegas según la idea que le había dado un adorador suyo, amante de las formas abultadas. ¡Es la Venus del Nilo! decía con embeleso un pollastre llamado Ronzal, alias el Estudiante.

Poco después, Bautista Urbide se presentó en casa de Ohando, habló a doña Águeda, se celebró la boda, y Bautista y la Ignacia fueron a vivir a Zaro, un pueblecillo del país vasco francés. Carlos Ohando enfermó de cólera y de rabia. Su naturaleza, violenta y orgullosa, no podía soportar la humillación de ser vencido; sólo el pensarlo le mortificaba y le corroía el alma.

¡Te habrán metido en la cabeza ser monja, como Águeda, la niña de la directora del colegio! gritó el señor Joaquín, con ira. ¡Ca!... no señor murmuró Lucía, cuya tez animada y encendida parecía fresquísima rosa . No sería monja por un imperio.... No me llama Dios por ese camino. Está visto pensó el señor Joaquín para su capote : hierve la olla; a esta chica hay que casarla.

Águeda dice que no venderá el celemín por menos de dos reales, y Toribio cree que pueden venderse por catorce ó quince cuartos. El padre y la madre, cada uno por su parte, dan sus órdenes á Mencigüela acerca del precio, á que ha de vender las futuras aceitunas, y ella promete á ambos cumplirlas. Así se enciende la cólera de ambos y la descargan en ella á dicterios y golpes.

Se hizo presentar en casa de las Ozores y pidió a doña Anuncia la mano de la sobrina. Después doña Anuncia se encerró en el comedor con doña Águeda, y terminada la conferencia compareció Anita.

Escandalizarse es ridículo, es como no saber con qué se come alguna cosa.... Es una falta de educación entre la clase.... Y tolerar demasiado es exponerse. no te has de casar con ninguno de ellos.... Ni gana, tía dijo Anita sin poder contenerse, pesándole en seguida de haberlo dicho. Doña Águeda sonrió.

Por la fatiga que sentía, por el calor que lo abrumaba, por la tirantez de su ropa en toda dirección y por otros detalles concurrentes, calculaba Lorenzo haber andado varias leguas, cuando al volver la cabeza por un movimiento de instintiva curiosidad, vio a corta distancia que Águeda desataba la cola de la lechera negra.

Eso quiero; saber en qué puedo yo servir a ustedes a quien tanto debo. Todo. , todo, querida tía. Como supongo prosiguió doña Anuncia que ya no te acordarás siquiera de aquella locura del monjío.... No señora... En ese caso interrumpió doña Águeda como no querrás quedarte sola en el mundo el día que nosotras faltemos.... Ni tendrás ningún amorcillo oculto, que sería indecente....

Lo que está bien, muy bien, y ya ves como lo bueno se te alaba, es que en público mantengas el severo continente que merece no menos elogios del público que tu palmito y buen talle. , hija mía interrumpió doña Águeda . Es necesario sacar partido de los dones que el Señor ha prodigado en ti a manos llenas. Ana se moría de vergüenza. Estos elogios eran el mayor martirio.

Aquella noche se acordó en la tertulia acoger a la hija de don Carlos como una Ozores, descendiente de la mejor nobleza. No se hablaría para nada de su madre; esto quedaba prohibido, pero ella sería considerada como sobrina de quien tantos elogios merecía. Gran consuelo recibieron doña Anuncia y doña Águeda al saber por el médico esta resolución de la nobleza vetustense.