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En los miles de ciudades donde viven agrupados sus ciento veinte millones de habitantes, los teatros se mantienen en una situación estacionaria, mientras los cinemas son cada vez más numerosos. De una obra cinematográfica americana que obtiene éxito en el mundo entero llegan á venderse por término medio doscientas copias.

Con todo, basta saberlos y basta saber que bien o mal tan ilustres varones se han empleado en el estudio de la filosofía para presumir razonablemente que no se ha perdido entre nosotros la afición a este estudio, y que por consiguiente, los libros de la Biblioteca del Sr. Serra llegarán a venderse y a leerse, como muy de veras lo deseamos.

Además, no estoy lejos de creer que Dios ha querido reducir á algunos de nosotros á una vida estrecha, para que este siglo grosero, material y hambriento de oro, tenga siempre bajo sus ojos, en nuestras personas, un género de mérito, de dignidad y de brillo en que el oro y la materia no entran para nada, que con nada pueda comprarse, y que no es posible venderse.

Monsiñor Profondo, á quien iba recomendado, era sugeto raro, y uno de los mas terribles sabios que en el mundo habia. Quísome instruir en las categorías de Aristóteles, y por poco me pone en la de sus gitones: de buena me libré. procesiones, exôrcismos, y no pocos robos. Decian, aunque contra toda verdad, que la siñora Olimpia, dama muy prudente, vendia ciertas cosas que no suelen venderse.

En 1375 fue muy rigoroso el invierno en dicha ciudad, y el miércoles de ceniza del mismo año a la hora de maitines hubo un fuerte terremoto que alarmó considerablemente a la población. En 1379, llovió casi sin cesar desde el día 26 de Marzo hasta el 10 de Mayo: el trigo llegó a venderse hasta cinco sueldos la fanega, y el centeno a dos y a cuatro dineros.

Si se suman los millones, tal vez no quepan en la Tesorería Federal. Y lo más gracioso es que los que escriben esto piensan al mismo tiempo: «¿Dónde demonios estará la puerta de la oficina en la que se hacen tales compras?... ¿Quién será el encargado de recibir á los que desean venderse?...»

Es que yo no me he vendido, me contestó con una expresión singular: por lo mismo la vendo a ella. Creo que ella no piensa venderse. Hará lo que yo quiera. Pues bien: me encargo de esa muchacha. No me gustan las palabras de sentido ambiguo. Sepamos claramente de lo que tratamos. ¿Cuándo ha conocido usted a Amparo? Esta noche. ¿La ha hablado usted? Muy poco.

Durante el periodo revolucionario, pasó el pobre D. Basilio una trinquetada horrible, porque no quiso venderse ni abdicar sus ideas. Únicamente consintió en trabajar en un periódico liberal templado; pero... bien claro se lo dijo al director... nada más que para tratar de las cuestiones financieras, con exclusión absoluta de toda idea política.

Cristeta debía de estar rica, y no necesitaría para nada de su antiguo amante; además, era mujer capaz de entregarse, pero incapaz de venderse; por último, también pudiera suceder que estuviese enamorada de su marido. Al ocurrírsele esta idea frunció el entrecejo, y pasándose la mano por la frente, pensó: «¿Enamorada del otro? ¡Imposible! Pero... ¿y a qué? Mejor.

Deberían suprimirse y venderse, a beneficio de la factoría, todos los muebles y utensilios de cocina y refectorio, sin dejar otros muebles que los precisos para alhajar y adornar las casas capitulares, cuanto de hospedería del gobernador y algunos otros de esta clase; y estos muebles tenerlos y conservarlos como consejiles, destinados para ornatos de los mismos pueblos.