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Gibbons y su esposa, viejos servidores de los antiguos dueños, estaban algo sorprendidos, según me pareció, de ver que yo solo había venido en compañía de su joven ama, a pesar de que Mabel les había explicado que deseaba hacer un examen de todos los objetos pertenecientes a su padre que había en la biblioteca, y que por esa razón me había invitado para que la acompañara.

Constituían su biblioteca, en primer término, las publicaciones que se hacían en la América latina, cuyo progreso intelectual seguía con avidez, habiendo escrito juicios sobre muchas de ellas; pero tampoco faltaban los de la literatura norteamericana, cuya lengua conocía profundamente, aunque no fuera inclinado a hablarla.

Subió después a la biblioteca, donde un clérigo, hermano de su abuelo, que pasó por sabio en vida, había dejado gran copia de libros, y comenzó a devorarlos. Leyó a Platón, a Descartes, a Santo Tomás, a Fenelón, etc. Se hizo sabio. Pero al entrar la luz de la ciencia en su espíritu, también se deslizó la duda. ¡Qué tormentos tan crueles le causó!

Con la muerte que no hay arreglo posible... Además, ¡quién sabe!... Tal vez no te equivocas en lo que se refiere á tu mujer, y ella pueda llegar á influir en el arreglo de tu situación. Cosas más difíciles se han visto. Al salir de la biblioteca encontró Robledo á varias personas sentadas en el recibimiento y aguardando pacientemente.

Morel Fatio, I. Cree fuera dirigida al Embajador de Francia en Londres, que sería probablemente Jean de la Fin, pues éste residió en la corte de Isabel hasta octubre de 1594. Biblioteca Nacional de París, MS., Esp., 336, fol. 91. Muy Ill.^e Sr.

La biblioteca corría parejas con el resto de la casa en lo destartalada y sucia. Era una gran pieza cuadrada, de techo abovedado, cuyas paredes estaban cubiertas a trechos de tosca estantería con libros.

En la Biblioteca de Basilea un ejemplar del Elogio, con notas marginales del mismo Erasmo, con dibujos de su amigo Holbein. En el Museo el retrato de Lutero, y el de Holbein.

Por la tarde acabó de leer el libro. Dejó los últimos capítulos que no entendía. De noche, en la biblioteca, discutían don Carlos, un clérigo de Loreto y varios aficionados a la filosofía y a la buena sidra, que prodigaba el arruinado Ozores por tal de tener contrincantes. Decía que pensar a solas es pensar a medias. Necesitaba una oposición.

Con tales elementos es fuerza convenir en que la capital de España no carece de medios de instrucción y que todo el que desee estudiar puede hacerlo. No obstante, una cosa me ha sorprendido siempre, y es que la biblioteca nacional no está tan concurrida como debiera suponerse, dado el número de habitantes y su reconocida afición a meterse en todos los sitios donde no cueste dinero.

Finalmente, las flores las cosechó Bringas en el jardín de un libro ilustrado sobre el Lenguaje de las tales, que provenía de la biblioteca de doña Cándida.