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Sin ser mucho lo que he leído, el hermano Canciller os podrá decir que no he descuidado la biblioteca. Los Evangelios comentados, Santo Tomás, la Colección de Cánones.... Bueno es todo eso, pero más necesitas hoy otra clase de lecturas, algo de ciencias naturales, geografía y matemáticas.

Que el gobierno colonial hizo lo posible por desterrarlas, me lo prueba un bando o reglamento de duelos que el virrey don Teodoro de Croix mandó promulgar en Lima con fecha 31 de agosto de 1786, y que he tenido oportunidad de leer en el tomo XXXVIII de Papeles varios de la Biblioteca Nacional.

Le interrumpió el español, señalando á una baraja sobre una mesa próxima. Se adivinaba que había hecho estudios durante la noche, antes de acostarse. Esta baraja era para Spadoni un testimonio de laboriosidad científica, más digno de respeto que todos los libros procedentes de la biblioteca del príncipe que estaban olvidados en los rincones.

Los tres últimos, los más profundos, están cerrados. Son las bodegas de transporte, donde se amontonan fardos voluminosos, pedazos de maquinaria metidos en cajones que bajan las grúas por las escotillas y se alinean como los libros de una biblioteca. Todas estas mercaderías ocupan dos secciones del buque a proa y a popa, y en medio se halla el departamento de máquinas.

Algunos días después notó Isidro que el señor Vicente retardaba sus salidas matinales, o volvía a casa muy temprano, como buscando una ocasión para hablar con él. Le miraba por la puerta entreabierta, al pasear por su biblioteca mascullando oraciones; pero no osaba pasar adelante, como si temiese abordarle en presencia de Feli.

Otros años se llevaba a la aldea algún cajón de libros; esta vez se mandó con el maragato la biblioteca entera, el orgullo legítimo de don Carlos. Un día de sol, en Mayo, Ana que se preparaba a una vida nueva, por dentro, cantaba alegre limpiando los estantes de la biblioteca en la quinta.

Cincuenta años después le habéis visto en las calles de Madrid desfigurado por el medio siglo; pero siempre distinguiéndose muy bien por la prolongación longitudinal de su persona; le habréis visto siempre flaco, siempre amarillo, pero antes atrabiliario que jovial, marchando aprisa con los bolsillos de un como redingot gris llenos de libros viejos, con su sombrero de hule hecho a las injurias de aguas y soles; y si por acaso dirigisteis vuestros pasos a la Alberquilla, dehesa próxima a Toledo, le veríais allí sepultado en una biblioteca, donde le devoraba, como a D. Quijote la caballería, la estupenda locura de los apuntes; le veríais encerrado semanas enteras, sin tomar otro alimento que el modestísimo de una diaria ración de sopas de leche.

Cumplió Vd. bien conmigo, me arregló Vd. la biblioteca, y ¡abur! no ha vuelto Vd. a parecer; de modo que quien está en falta soy yo. No hablemos de eso, señor de Ágreda, ya tendré yo el gusto de ir a saludarle y a recibir sus órdenes.

Todos estos nombres y noticias se han tomado de los Hijos ilustres de Madrid, de Baena, y del Para todos, de Montalbán. Fuster, Biblioteca valenciana. D. Nicolás Antonio. Muchos de los mencionados, como Montemayor, Silvestre y Garci-Sánchez, se llaman sin razón poetas dramáticos. Cascales, Tablas poéticas, lib.

Una mañana, estando en la biblioteca de su padre, que era donde se veían en los ratos que aquél faltaba de allí, dijo a Pepe, empleando su lenguaje ligero y franco, entonces más franco que nunca: Tengo que decirte una cosa muy grave. ¿Qué? He hecho un descubrimiento: que no me quieres y que yo te quiero mucho más de lo que me figuraba. No te entiendo.