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Ya entiendo, ya.... ¡Hombre, si es cierta esa maldad que no puedo convencerme, que se me atraganta , aún sería poco para el traidor el castigo de Judas! Pero usted, santo, ¿por qué no le atajó? ¿Por qué no avisó? ¿Por qué no le arrancó la careta a ese pillo?

No, hombre, no: es que lo creo así. No entiendo cómo Clementina puede sufrir semejante narciso. ¡Chis, chis! ¡Prudencia, Pepa, prudencia! exclamó Castro con susto, levantando los ojos hacia su querida. ¿Sabe usted que disimula muy bien? No la he visto dirigirle a usted una sola mirada hasta ahora.

-Yo no os entiendo, marido -replicó Teresa-: haced lo que quisiéredes, y no me quebréis más la cabeza con vuestras arengas y retóricas. Y si estáis revuelto en hacer lo que decís... -Resuelto has de decir, mujer -dijo Sancho-, y no revuelto.

El amo sujetaba al perro, y á despecho de sus alaridos y convulsiones, le untamos bien todas las quemaduras. Luego, temblando de dolor, entró en su casa detrás del amo. Una de las mujeres que asistieron al lance, dijo algunas palabras á mi compañera, que la contestó en buen castellano: no la entiendo á usted.

-Pues yo le tengo en italiano -dijo el barbero-, mas no le entiendo.

El mocetón gemía al decir esto, mientras su amigo, que había acabado de comer, apoyaba pensativo su frente en una mano. Pues, hijo murmuró Fermín. No entiendo este jeroglífico.

En mi vida las he visto más gordas; pero estoy decidido a defender mi dinero, para lo cual formaré una compañía como en Madrid no se ha oído, y necesito que usted me ayude. ¿Yo? Usted. Llevo adelantados los trabajos, cuento con artistas..., un coro que... ya verá usted...; pero nada puedo ultimar si usted no me favorece. No entiendo.

Es fama que, oyendo los descargos que le daba un empleado, dijo aburrido el señor de Areche: ¿Sabe usted, señor alcabelero, que no entiendo sus cuentas? No es extraño, señor Visitador. Yo tampoco las entiendo, y eso que las cuentas son mías. ¡Vaya si las malditas andarían enredadas!

Ojeda y Maltrana, que estaban en el combés, cerca de los grotescos personajes, avanzaban la cabeza como si pretendiesen entender algo de este relato. ¿Qué dice, Fernando?... Las palabras tienen cierto runrún, como si fuesen versos. Son aleluyas. No entiendo bien, pero me parecen bobadas para hacer reír a esta buena gente.

Es preciso averiguar si esa señorita está realmente enamorada de su hermano de usted, y necesitamos poder calcular lo que ella haría viéndose abandonada por él. No entiendo lo que Vd. se propone. Hablaré sin rodeos, señor Resmilla.