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Cumplieron éstas su cometido: hablaron con el viejo, y después de varias entrevistas se resolvieron a provocar una reunión amistosa a fin de que el asunto no fuese a los tribunales. Efectuóse ésta, después de alguna resistencia por parte de Clementina, en el palacio de su padre. Asistieron a ella, a más de las partes interesadas, el padre Ortega, el conde de Cotorraso, Calderón y Jiménez Arbós.

Yo soy el descalabrado y te apresuras a ponerte la venda. ¿Qué estás diciendo ahí? replicó ella algo confusa . Me voy porque tengo que hacer una visita antes de comer. Vamos, Clementina, aunque quieras no puedes disimular.... Debes comprender que no se pueden escuchar con risa los insultos ... y me estás insultando a cada momento. Te digo que no te comprendo.

Clementina se vió vencida; arrojó un grito sordo, se le subió la sangre á la cabeza y le pareció que la habitación daba vueltas con extraordinaria rapidez. Extendió los brazos buscando un punto de apoyo y oyó á su enemigo que exclamaba: ¡Bueno!; ahora una congestión: no faltaba más que esto. Clementina se desmayó.

Al llegar a ella Osorio se encontró con unas veinte personas del sexo femenino, que Clementina había elegido entre las conocidas más envidiosas, las que más habían murmurado con motivo de su ruptura. Adoptó la mejor actitud para semejante caso.

Mauricio acababa de arrojar un profundo suspiro y había abierto los ojos. Paseó enderredor una mirada turbada, se incorporó sobre el codo derecho y dijo con voz débil: ¡Ah! es usted, señora, la que me ha recogido, cuidado, salvado.... Usted no ha estado en peligro..., interrumpió secamente Clementina, como si no quisiera haber contraído tales méritos respecto del hijo de su enemigo. ¡No importa!

En general, entre los hombres sobre todo, juzgábase ridícula la conducta de la esposa de Osorio: pero algunas damas miraban con simpatía al mancebo, encontraban muy agradable su aire candoroso, y comprendían el capricho de Clementina. Hubo entre ellas quien procuró seducirlo.

Poco después de poblarse nuevamente los salones de baile se retiraron las personas reales. Hubo para despedirlas el mismo ceremonial, esto es, las filas apretadas a la puerta de la antesala, la Marcha Real por la orquesta y la despedida de los dueños hasta la escalinata. Clementina respiró con libertad.

Salid. Después añadió con acento de desprecio. ¡Estrechar la mano á mis criados! tiene los gustos bajos de su padre. Esta conclusión la satisfizo, aunque no fuera justa, y Clementina volvió á entregarse á sus ocupaciones habituales. Á los tres días y á eso de las tres de la tarde, estaba Herminia trabajando bajo el emparrado, cuando la hizo estremecerse una campanada que sonó en la verja.

¿Qué hora es pues? preguntó Fortunato incorporándose. Las cinco. Perdóneme usted que interrumpa tan pronto su sueño, pero estando solo, me volvía loco.... ¡Oh! hijo mío; has hecho muy bien en despertarme. Espera, voy á levantarme. No, permanezca usted acostado; lo mismo podemos conversar y con tal de que me hable usted de Clementina, quedaré aliviado.... ¿ no has dormido? mi pobre hijo.... ¡No!

Arbós tuvo ocasión una vez más, viendo acudir la calma a su rostro, de penetrarse de las excepcionales dotes persuasivas con que la providencia de Dios le había favorecido. Pepa tuvo ánimos para sentarse a jugar al tresillo con Clementina, Pinedo y Arbós. Al cruzar el salón grande vió sentados en un rincón a su hija y a su yerno en la actitud de dos tórtolas enamoradas. Acercóse a ellos.