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Actualizado: 6 de mayo de 2025
El muchacho abrió los ojos y les miró con espanto. Luego, como por súbita inspiración, se apoderó del bastón que Alcázar traía en la mano y comenzó a moverlo cadenciosamente a un lado y a otro como si desempeñase una tarea difícil. Clementina y su amante le contemplaban llenos de asombro sin poder darse cuenta de lo que aquello significaba. Algunos obreros se acercaron.
La mala fe de Fortunato no existía más que en la imaginación de Clementina. Herminia y Mauricio eran todo expansión y todo sonrisas. Se encontraban dichosos entre aquellos dos enemigos reconciliados por ellos y á quienes amaban tan sinceramente. El jefe de comedor se presentó y pronunció las importantes palabras: ¡La señorita está servida!
Yo continuaré aparentando que no estoy al corriente de la verdad. Si, tía mía. Pero déjeme usted que la abrace para demostrarle mi agradecimiento por haber sido tan buena. Gracias á usted, vamos todos á ser muy dichosos. Ahí vuelve Mauricio, dijo la señorita Guichard, mirando por la ventana; ve á su encuentro. Yo vuelvo al salón. Herminia bajó al jardín y Clementina quedó sola.
Vamos, Clementina, no siga usted que se lo va a creer.... Esta señora, Pilar añadió volviéndose a ella , se complace en decir mentiras agradables como otros en decir verdades amargas. Ya lo veo que es muy amable repuso la niña. No haga usted caso. Que es usted hermosa, está a la vista. ¡Oh, señora!...
¡Ah! ¡Ya pareció aquello! Vamos, tú tienes algunos ochavos en poder de Osorio y temes perderlos, ¿verdad? dijo Clementina con sonrisa sarcástica, reprimiendo su cólera con trabajo. Pepa se puso pálida. Una ola de ira le subió también del corazón a los labios.
Había sido preciso todo el ascendiente moral que ejercía sobre ella su bienhechora, y un poco, también, la violencia material, para impedirla saltar del coche cuando había visto aparecer á Clementina en lugar de su marido. Clementina tuvo necesidad de cogerla por la cintura, sin dejar de dirigirle los más violentos reproches. Hasta París, Herminia no había hecho más que sollozar.
¡Que te quemas! ¡que te quemas! exclamó Pepe Castro por lo bajo. Pero no tanto que no lo oyese Jiménez Arbós, que estaba del otro lado de Pepa Frías, y no le acometiese un acceso de risa que procuró con todas sus fuerzas sofocar. Anda, barbiana, alárgame ese frasquito de mostaza dijo Pepa Frías dirigiéndose a Clementina para disimular también la risa que le había acometido.
La señorita Guichard es robusta como un coracero ... ¿Quién te dice que no se ha llevado á Herminia por la fuerza? No es posible. ¡En medio de quinientas personas! ¡Cuando el cochero no estaba prevenido y hubiera bastado un grito de llamada, un acto de resistencia, por débil que fuese, para que el coche se detuviese! ¿Y si Clementina ha mentido?
"La condesa de T *, señora a quien Clementina odiaba de muerte por un desaire que en cierta ocasión le había hecho, andaba necesitada de dinero; se lo pidió al viejo banquero Z * y éste se lo había otorgado mediante un rédito muy poco apetitoso para la deudora.
Osorio tuvo la mala ocurrencia de traer a las dos niñas que tenía en el colegio de Chamartín, una de diez y otra de once años, a pasar unos días con ellos. Las pobrecitas tuvieron que marcharse antes de lo que les había prometido su padre, porque Clementina estaba tan ocupada que apenas podía fijar en ellas la atención.
Palabra del Dia
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