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Actualizado: 6 de junio de 2025
Herminia se quedó helada y permaneció muda durante toda la velada, pero las sospechas de Clementina se habían despertado y, cuando la joven se fué á sus habitaciones, preguntó: Dime, Bobart, ¿no has observado nada anormal alrededor del castillo?
En cierta ocasión, al presentarse en noche de baile en casa de Alcudia, la marquesa le dijo al saludarla: Muy linda, muy linda, Clementina. Está usted admirablemente vestida.... Pero me parece que la han descotado mucho.... Venga usted conmigo, ya arreglaremos eso.
Clementina había tocado con frivolidad en la parte más sensible de su corazón. Su sueldo ya sabemos que no le consentía más que vivir modestamente. Si entraba en una sociedad que no le correspondía era precisamente para conservar el empleo, que era su único sostén y el de su hija. Esta nada sabía aún de aquel plan de vida.
Porque contra Clementina tirano tenéis vuestra conciencia primero y la opinión del mundo después. Mientras que contra Clementina víctima.... ¿Víctima? exclamó Mauricio; víctima de sus propias maquinaciones. Todo lo que tú quieras, pero víctima triste, abandonada, después de haber educado á Herminia y de haberla educado bien.
Pero yo, que soy viejo y experimentado y, sobre todo, que sé, á mi costa, quién es Clementina, preveo el porvenir y espero algún nuevo asalto. ¡Le rechazaremos! Sin duda. Pero siempre que hay batalla, hay golpes y heridas. Los golpes, los daréis vosotros, sea; pero acaso echéis de menos el tiempo en que los recibíais. ¿Por qué?
Y ella, Clementina, quedaba en descubierto, en el momento en que se creía invulnerable, y era desposeída de sus más seguras posiciones por este hábil movimiento envolvente del enemigo.
Clementina pensó: "¡Hipócrita! intenta engañarme, pero no sabe que estoy apercibida: sus astucias no tendrán efecto." Y en voz alta añadió: En el saloncillo, sobre la chimenea, encontrará usted un cofrecillo que contiene los recuerdos de soltera de Herminia. Ábrale usted mismo; he aquí la llave. Mauricio la cogió, la guardó en el bolsillo del chaleco y respondió: Voy enseguida.
Si Mauricio no acudía; ¿cómo conseguir reunirse con él? ¿Quién los aproximaría? ¿Quién disiparía todos aquellos errores interesados? ¿Cómo caerían los obstáculos acumulados por voluntades hostiles? Una gran tristeza se apoderó de ella y rodaron sobre su cara gruesas lágrimas, lentas y amargas. Era cerca de media noche cuando subieron Clementina y Bobart.
Súbito apareció en la puerta de la sala Clementina seguida de Osorio, de Mariana y de Calderón. Los cuatro traían el semblante inquieto y asustado. Sus ojos se clavaron a la vez en Salabert, hacia el cual avanzaron precipitadamente. Papá, escucha una palabra le dijo Clementina. Salabert se destacó del grupo y fué a reunirse con los otros en el opuesto rincón.
Además, ya sabemos que Clementina era para él, no sólo la tórtola enamorada, sino el cuervo que le traía en su pico el sustento. Envuelto en su gabán de pieles y arrellanado en el rincón del coche, no despegó los labios en todo el camino. Era la una. La noche fría y despejada, una noche de Madrid, en que el ambiente produce cosquillas en los ojos y la nariz.
Palabra del Dia
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