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Actualizado: 6 de junio de 2025
En cierta solemne ocasión, un día de banquete, Clementina le escondió la dentadura, que tenía sobre el tocador para limpiarla. Cualquiera puede figurarse la desazón que esto produjo a la vieja miss.
El general y Castro ocuparon el sitio de las damas. Estas se fueron al salón grande: mas antes de llegar a él, dijo Pepa: Mira, tengo que hablarte de un asunto importante. Vamos a otro sitio. Clementina la miró con sorpresa. ¿Quieres que vayamos al comedor? No; mejor es que subamos a tu cuarto.
La gran escalinata estaba iluminada con luz eléctrica: el vestíbulo y el comedor con gas: los salones de baile con bujías. En la sala de conversación y en la de juego había algunas lámparas de petróleo con enormes y artísticas pantallas. En éstas ardía además un fuego claro y brillante en las chimeneas. Clementina recibía a los invitados en el primer salón, cerca de la antesala.
En una ocasión quiso hacer sorbete de piña: se decía muy perito en la fabricación de helados. Le trajeron todos los enseres de un café vecino. Después de bregar con afán bastante tiempo, salió al fin una quisicosa fea y desabrida, lo cual le entristeció tanto, que Clementina, para alegrarle, tomó sin deseo alguno una gran copa del brebaje.
Al pasar delante de ella para abrirle la puerta, le dijo con franqueza seductora: No valgo nada, señora; pero si algún día quisiera usted servirse de mi insignificante persona, ¡no sabe usted el placer que me causaría con ello! Gracias, gracias repuso secamente Clementina sin detenerse.
Bobart, abrumado por esta liberalidad inesperada, se deshizo en protestas; pero Clementina, con la autoridad de una soberana sobre su vasallo, cortó aquellas expansiones entrando en un orden de ideas que le parecía más interesante: ¿Y hay noticias de Roussel esta mañana?
Fué una de las pocas veces en que Clementina lloró de enternecimiento y no de despecho. Pero en los días siguientes, aunque subsistió vivo en ambas el recuerdo de esta escena tierna, también quedó el del motivo que la había producido. Clementina sentíase avergonzada al presentarse delante de su madrastra.
Oiga usted, Pinedo, no me acordaba ya dijo arreglando el abanico de cartas que tema en la mano , ¿por que tenía usted interés esta mañana en hacer pasar por un santo delante de su hija al perdido de Alcántara? Es un secreto respondió el gran vividor. ¡Que se diga, que se diga! exclamaron a un tiempo Pepa y Clementina. Se hizo de rogar un poco.
La portera, al ver una señora tan elegante, se mostró locuaz y complaciente; pero Clementina la atajó en seguida. ¿Cómo se llama el señorito? D. Raimundo Alcázar. Mil gracias. Y se alejó inmediatamente. Salió a la calle y dió unos cuantos pasos.
Hubo gran agitación, de pronto, en los salones. Llegaban las personas reales. La muchedumbre se agolpó en las inmediaciones de la puerta. El duque, la duquesa, Clementina y Osorio bajaron la escalinata del jardín para recibirlas. La orquesta tocó la Marcha Real.
Palabra del Dia
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