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Actualizado: 6 de junio de 2025
Fortunato permaneció un momento pensativo, y después, aproximándose á su enemiga, dijo: Veamos, Clementina; esos muchachos y nosotros empezamos una existencia nueva. ¿Quieres que el porvenir sea en todo diferente del pasado? Estoy decidido á ayudarte sinceramente. Retrocedamos veinte años. Tú no tienes más que veintitrés y yo treinta y cinco.
Clementina hubiese podido casarse fácilmente; era muy rica, no muy madura y muy agradable para los que no temen á las mujeres del género granadero. Pero ninguna proposición la encontró bien dispuesta. ¿Quién sabe si creía que á fuerza de malas partidas habría de traer á buenas á Roussel y tener la dicha triunfal de verle á sus plantas humillado, arrepentido y barón?
Una pasión convertida en aborrecimiento y cuya levadura fermentaba siempre con violencia en el corazón de la solterona. Hacia el año 1867, el señor Guichard, soltero muy rico y cuyos herederos eran su sobrino, Fortunato Roussel y su sobrina Clementina Guichard, había acariciado el sueño de no dividir su fortuna y de casar á sus sobrinos.
La moral, la moral elegante quedaba a salvo con que el amante no entrase en el mismo coche, aunque fuesen pocos minutos después a juntarse en el dulce retiro de un gabinete particular. Cuando Clementina llegó a su casa eran las seis y media. Silbó el cochero. Salió de su pabelloncito el portero a abrir la puerta de la verja y luego la del coche. El mismo se encargó de pagar al cochero.
¡Qué bajo eres, Pepe! exclamaba ella riendo. No importa que me llames lo que quieras. Soy tuyo, ¡tuyo hasta la muerte! Te quiero más que a Dios. Quiero a estos piececitos tan ricos y los beso. ¿Lo ves? A ver; que venga alguien a decirme que no debo hacerlo. Clementina le miraba risueña.
Toda vez que el señor Roussel se prestaba á ello, era evidente que usted, tan buena, no había de negarse.... ¡Ah! dijo alegremente Clementina; ¿se trataba pues de un efecto preparado? ¿Había un complot? ¿Y desde cuándo data la intriga?
Sufría horriblemente a la menor señal de desdén, y gozaba como un ángel cuando la dama le expresaba de cualquier modo su afecto. Clementina no tenía prisa en hacerle amante afortunado, aunque estaba decidida a ello. Le gustaba prolongar aquella situación, observando con secreto placer la marcha de la pasión y los fenómenos que ofrecía en el joven.
Pero su alegría estaba envenenada por preocupaciones malvadas, y sin dejar de recibir saludos, Clementina pensaba: ¿Conseguiré destruir esta dicha que todos proclaman, elogian y envidian? Vió á Mauricio que hablaba alegremente con Herminia, mientras Roussel, en un círculo de señoras, prodigaba sus gracias y sus amabilidades. Una nube oscureció la frente de la solterona.
Dos lágrimas temblaron al fin en sus ojos y rodaron silenciosamente por sus mejillas marchitas. #Baile en el palacio de Requena.# Transcurrieron los días y los meses. Clementina pasó el verano, como siempre, en Biarritz. Raimundo la siguió, dejando a su hermana confiada a unos parientes, y regresó cuando aquélla a últimos de Septiembre.
Para dar más realce a esta cualidad ponía cara de idiota. Castro asentía a todo, tanto por lisonjearla como por la mala voluntad que tenía a Clementina. No sentía interés por Lola, pero a raíz de su ruptura con aquélla se había consolado un poco festejándola: aunque en ello había tenido no poca parte el deseo de no aparecer derrotado a los ojos del mundo.
Palabra del Dia
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