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¿Qué pasa, señoras? preguntó; ¡se mata á las gentes en la puerta de esta casa! ¡Oh! ¡Oh!... Vamos á ver qué razones puede tener este mozo para no responder á tan excelentes cuidados ...¡He! diablo! Ha recibido un revolcón tremendo ... y tiene ... , tiene el hombro izquierdo dislocado.... ¡Dislocado! exclamó la señorita Guichard; ¡pero eso es espantoso! Eso es....

Dejemos estas explicaciones para después; sabes que puedes contar con mi afección ... ¡No te abandonaré jamás! Herminia ahogó un suspiro. La perspectiva de no dejar nunca á la señorita Guichard no era á propósito para tranquilizarla.

Atravesadas éstas, se estaba en el patio, pero, para llegar á la escalera era preciso pasar por delante de las habitaciones de la señorita Guichard y de Bobart. ¡Cuántas probabilidades de ser cogida antes de llegar al piso bajo! Y aquel era, sin embargo, el único paso practicable. El almuerzo llegó cuando Herminia se entregaba á estas combinaciones y proyectos.

La muchacha levantó la cabeza y con cierta compasión dijo: La señorita ruega á la señora que entre en el salón. Herminia no respondió y abriendo la puerta del salón encontró leyendo á la señorita Guichard. ¿Sales, hija mía?, preguntó la solterona con una perfecta tranquilidad, como si nada hubiera pasado entre las dos aquella misma mañana. , tía mía; si usted no tiene inconveniente.

Cuando la niña estuvo enferma, la señorita Guichard experimentó vivas inquietudes, llamó al mejor médico y hasta pasó en vela algunas noches; pero jamás experimentó ese ardor espiritual que templa la atmósfera en torno de un niño y le hace vivir en medio de la mayor seguridad, en la evolución de un tranquilo desarrollo.

Roussel lo veía claramente y se conmovió. Su conciencia se había sublevado al oir á Clementina y le advirtió de que la mitad de las acusaciones que ésta le dirigía, eran ciertamente merecidas. Le había faltado paciencia: había desconocido la voluntad suprema del tío Guichard é infligido una cruel afrenta á la mujer que le estaba destinada.

Con una señal llamó al joven y cogiéndole del brazo le dijo con tono indiferente. Acabo de hacer llevar á vuestras habitaciones los últimos regalos recibidos por Herminia, porque ahora no debo guardar nada suyo.... Excepto ella misma, interrumpió galantemente Mauricio. ¡Oh! Pertenece á usted por completo, replicó la señorita Guichard observando al joven. Nos la repartiremos, respondió éste.

Mi padrino es el mejor de los hombres y antes que causarme la más pequeña pena está dispuesto á olvidar lo que usted le ha hecho y á reconciliarse con usted." Pero no tuvo tiempo. La señorita Guichard se levantó, llamó y dijo al criado: "Ruegue usted á la señorita Herminia que venga." Esta sencilla frase borró los escrúpulos de Mauricio.

Pero en aquel momento y gracias á la óptica especial del amor, la señorita Guichard le parecía muy moderada. Al volver Herminia, con un haz de flores entre los brazos, encontró á su tía y á su prometido encantados el uno del otro y se regocijó cándidamente por su buen acuerdo. Clementina triunfaba y apenas podía contener los transportes de su alegría.

Ni Roussel ni la señorita Guichard habían hablado de sus disentimientos á Mauricio y á Herminia, obedeciendo al miedo de sembrar el odio en aquellos sencillos espíritus. Los dos muchachos crecieron y entraron en la edad juvenil. Mauricio, después de terminar sus estudios, había manifestado una afición muy marcada por la pintura.