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Bufaba la insigne comadrona y resoplaba, ahogándose a pesar del ningún calor y de la mucha y glacial humedad de la atmósfera; cuando penetró en la casucha, revolviose en ella como un monstruo marino en la angosta tinaja en que el domador lo enseña.

Junto á , y esposa de su hijo, tenía á aquella admirable mujer, modelo de la dama española, tipo por desgracia perdido, con su belleza espiritual, con su noble aspecto, con la delicada atmósfera de distinción que vemos aún en los retratos contemporáneos de Pantoja, de Velázquez y de otros tantos.

De otro modo, Dios mio; si la mirada del telescopio pudiera penetrar en tu morada augusta, ese promontorio que tengo delante pondria andamios á través de la atmósfera, escalaria el cielo, y querria sentarse en tu trono inmortal.

La lluvia de la noche, bien que breve, había hecho descender la temperatura y del suelo húmedo se alzaba un vaho saturado de emanaciones olorosas, que daban particular densidad a la atmósfera. Podía decirse que el aire estaba «gordo» y así se veía a la distancia denso y violáceo como una tenue niebla invernal en pleno estío.

Ella dice que el mismo fuego necesita sustancia que lo nutra, que el mismo aire parece ser el alimento de la atmósfera, como la atmósfera parece ser el alimento del espacio. Dice que la chispa escondida dentro del pedernal necesita un golpe para salir; pero yo no puedo consolarme.

Al principio, la temperatura en el gabinete era bastante baja; pero no tardaba la atmósfera en caldearse. Como la habitación era mucho más reducida que el salón general, cuanto pasaba en ella parecía más extraño y más desordenado. Se bebía, se reía, hablaban todos a la vez, no oyendo sino sus propias palabras; se cambiaban declaraciones de amor, abrazos y, a veces, bofetadas.

Pasó repentinamente de la atmósfera tibia de su casa al fresco de la calle, de la existencia dulce y tranquila que el amoroso cuidado de su madre le hacía observar, a la desarreglada y trashumante de las fondas. El exceso de libertad le hizo daño. Su naturaleza había cambiado bastante desde los diez y seis años.

Apresuró el príncipe sus operaciones de limpieza. Sentía la necesidad de salir, como si sus jardines le pareciesen estrechos. A lo lejos sonaban las campanas de Monte-Carlo, más lejos aún respondían las de Mónaco, y este repiqueteo hacía vibrar la frágil y clara atmósfera como una copa de cristal. Bajó las escaleras lentamente, procurando no hacer ruido, y al llegar á la verja respiró satisfecho.

El sol iba cayendo lentamente hacia la parte de Madrid, cuyas torres, puntiagudas y negruzcas, aparecían envueltas en una atmósfera de polvo luminoso, y a lo lejos se oía el rumor confuso de muchos ruidos juntos, que semejaban la turbulenta respiración de la ciudad.

El cielo se había despejado con la mudable rapidez de la atmósfera ecuatorial. En su límpido azul sólo quedaba flotante una nube negra cerca de la línea del horizonte. Esta nube, que contemplaban todos, parecía una flor de pétalos vaporosos, con un largo vástago que descendía en busca del agua.