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El golpe es rudo... pero vamos a cuentas. Del exceso del mal brota a veces en la vida el consuelo, y si no el consuelo, la persuasión de que las fuerzas humanas se estrellan contra la realidad. La cosa es dolorosísima: para un enamorado, saber que su amada se ha puesto fea es robarle el sol a medio día... En cambio la situación no puede ser más despejada. Todo te lo dan hecho. Explícate.

¿Estás loca, Luz? ¿Qué motivos tienes para decir palabras tan espantosas? ¿Qué motivos tengo? Mi padre, sin querer, me lo ha revelado todo en la carta que me entregó D. Acisclo. ¡Fue notable exceso de precaución! Y doña Luz empezó a reír con la risa nerviosa que tuvo cuando el ataque. Vamos, cálmate, vida mía. Cálmate y habla con reposo dijo doña Manolita.

Pero, Francisca dijimos con indignación, ¿cómo puede usted decir una cosa semejante? Dios mío, no griten ustedes tanto respondió poniéndose las manos en los oídos. Certifico que un exceso de cualidades en la mujer aleja a los pretendientes... En cambio una llena de defectos se casa en seguida. Entonces está usted madura para el matrimonio respondió la de Ribert medio enfadada, medio en broma...

El aumento de población de esta provincia ha sido verdaderamente asombroso; en poco más de un siglo vemos quintuplicar el número de sus almas. El vecindario que tenía la provincia el año 1754 lo cuenta hoy con exceso la cabecera.

De ésto resulta, que la producción filipina sitúa en Europa cantidades suficientes para responder con exceso á cuantas garantías pudieran exigir de un país floreciente las naciones que con él sostengan relaciones mercantiles.

Estoy enferma no de qué: enferma de exceso de vida; me empuja no dónde; seguramente donde no debo ir... Si no fuese por mi fuerza de voluntad, caería tendida en este banco. Estoy como los ebrios que hacen esfuerzos por mantenerse sobre las piernas y marchar rectos. Era verdad, estaba enferma.

Observó que los clavos de la puerta figuraban cabezas de leones. Llamó de nuevo. El exceso de emoción le embriagaba. Por fin, el cerrojo crujió levemente y el postigo entreabriose; doña Alvarez asomó la cabeza, y después de haberle observado un instante, le dijo en voz baja: ¡Albricias, señor don Gonzalo!

Al ver Juana la Larga la iluminación que en su casa había, y cuyo fin ignoraba, receló por un instante que se había excedido en beber vino y que a causa de aquel exceso veía tantas luces. Pronto la tranquilizó Juanita explicándoselo todo. Juana se puso más contenta que unas pascuas. No bien dieron las diez y media entraron casi a la vez todos los convidados.

Palencia, aunque sorprendido por aquella frialdad que atribuyó á un exceso de modestia patriótica, continuó elogiando el arte extraordinario de la Duse. A cada momento, y á guisa de ilustraciones interpoladas en el curso de su apasionada jaculatoria, preguntaba: ¿La ha visto usted en La dama de las camelias? ¿La ha visto usted en Fedora?... ¿Y en Lucrecia Borgia?... ¿Y en María Estuardo?...

Y en vez de esto, les hablaban de entrar solos en aquella ciudad, que se dibujaba en el horizonte, sobre el último resplandor de la puesta del sol y parecía guiñarles satánicamente los ojos rojizos de su alumbrado, como atrayéndolos a una emboscada. Ellos no eran tontos. La vida resultaba dura con su exceso de trabajo y su hambre perpetua; pero peor era morir. ¡A casa! ¡a casa!...