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Pero, papá, ¿qué dices ahí? El amor no es más que un exceso de nutrición.

Luego bajó la escalera de caracol y se dirigió a su casa, el rostro blanco, el paso lento, la mirada fija. El exceso de ira y la confianza en su fuerza, le habían devuelto la calma. ¿Está la señorita en su cuarto? preguntó al criado que salió a abrirle la puerta. Me parece que señor: preguntaré a la doncella. No, no preguntes nada; voy allá yo.

El propósito de contar menos leguas era contrario á la regla que observaban los españoles, calculando más largo el camino á fin de no aventurar el encuentro de la tierra, sobre todo de noche. Acaso por lo mismo lo adoptó, teniendo presente cuanto pudiera influir en la imaginación el exceso, al hacer camino por un paralelo sin que la diferencia de latitud lo afectara.

Hace muchas noches que no cierro los ojos. ¿Pues qué tiene usted? preguntó Lázaro mirándola con mucha atención. Usted no está buena. Usted es una santa: pero la santidad con exceso es perjudicial, señora. Yo no soy santa dijo la dama: soy una pecadora. No diga usted eso, por Dios. Usted es una santa, ¡qué felicidad! ¡Tener tranquila la conciencia!

Ese exceso de amor materno le escandaliza. Dice que en Francia se permite a las señoras hacer muy bonitos versos sobre este asunto; pero no tolerarían que una madre joven expusiese su salud, marchitando la frescura de su tez, privándose de reposo y de alimento, y olvidando su bienestar individual al lado del chiquillo.

Sintió Adriana repentinamente que el mundo y la misma Laura se desvanecían ante la realidad de Julio que acercaba a la suya la cara querida, como en el vivo sueño de la víspera. El exceso de la emoción la hizo palidecer, y oprimirse como un pájaro aterido. Le tomó él la cabeza entre las manos y la besó. Pensaron ambos que ya no volverían a verse nunca.

Listo eres, según me dicen; además trabajador, y el resto lo obtendrás con exceso. Aquí te quedas preparándote para entrar en el Seminario. Nada ha de faltarte; ni maestros, ni consejos, ni ejemplos. ¡Quiera el Señor que seas un día Príncipe de la Iglesia! Otros de más humilde origen han llegado a tan alta jerarquía, y no habrá milagro en que les iguales.

Hasta mataron la antigua religiosidad española, tolerante y culta por su continuo roce con el mahometismo y el hebraísmo: aquella Iglesia hispánica, cuyo sacerdote vivía en paz dentro de las ciudades con el alfaquí y el rabino, y que castigaba con penas morales a los que por exceso de celo turbaban el culto de los infieles.

En su vida y sus obras parece darse inacabablemente el aturdimiento que causa en la primera juventud el exceso de ingobernadas fuerzas. Como hombre y poeta no sale nunca de los diez y siete años. Conforme nos van siendo mejor conocidas, mayor asombro producen en nosotros las numerosas y fuertes dotes de su espíritu.

El, en cambio, entra un poco más en ella. ¡Mucho cuidado! De aquí provienen las primeras discrepancias. Las primeras horas de toda unión son las más difíciles. Si en ellas sobreviene el choque, ¡se acabó!... No caiga usted en el exceso contrario y no sea una fregatriz.